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Desayuno con un abogado

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Tribunalófilo

La absolución del perro Labes

En el bullicioso tribunal de Atenas el juez Filocleon, conocido por su afición al vino y su inclinación a favorecer los casos extravagantes, presidía un juicio inusual.

Esta vez el protagonista del escándalo era nuevamente Labes, el astuto perro ladrón.

El robo en cuestión involucraba un queso de excepcional aroma y sabor, propiedad de un respetado comerciante. Los argumentos sostenidos por la acusación apuntaban a que Labes actuaba como un ladrón entrenado; en contra la defensa sostenía que el perro solo seguía sus instintos naturales.

Filocleon, con su copa de vino en mano y una risa constante, decidió llevar a cabo un juicio poco convencional. Invitó al mercader agraviado, al defensor del perro y, por supuesto, a Labes, quien con orejas caídas y mirada juguetona se presentó ante el tribunal. Entre risas y sorbos de vino dirigió preguntas ingeniosas a los testigos y en un momento dado interrogó al propio Labes, quien, entre ladridos y movimientos de cola, parecía desentenderse de la gravedad del asunto.

Finalmente Filocleon, con una sonrisa burlona, emitió su dictamen, proclamando que el robo del queso constituía más bien un acto jocoso que delictivo. Determinó que Labes debía cumplir una pena reparadora, trabajando para el comerciante por algunos días, desempeñando la función de guardián de su establecimiento.

Así concluyó el insólito juicio de Labes, dejando a los ciudadanos atenienses entre risas y asombro ante la peculiaridad de la justicia bajo la mirada indulgente del juez Filocleon.

*

Esta breve narración constituye una sencilla adaptación de un fragmento de la obra «Las avispas», en la cual Aristófanes (450-388 a.C.) satiriza el sistema judicial presente en Atenas. La ateniense era una sociedad apasionada por los procesos judiciales a tal punto que eran considerados como auténticos espectáculos públicos. Con un tono juguetonamente irónico, Aristófanes retrata la tendencia del pueblo ateniense a padecer una suerte de obsesión por el teatro legal para la que acuña el término «tribunalófilo».

Debido a la interminable guerra del Peloponeso los jurados populares estaban compuestos casi exclusivamente por personas de edad avanzada, que se engañaban de esta manera pensando que todavía desempeñaban una función social importante. Sin embargo, su avanzada edad y su escasa educación los convirtieron en presa fácil de los demagogos que desviaron así su atención de los gravísimos problemas relacionados con la guerra contra Esparta, que en el momento del estreno de Las avispas llevaba ya nueve años y no daba señales de terminar.

Aprovechando este contexto, Aristófanes escenifica una situación potencialmente peligrosa para la democracia: por un lado, jurados compuestos por ancianos inactivos y desempleados, generalmente insignificantes en términos de estatus social, ávidos de la gratificación vertiginosa que proporciona el ejercicio de un poder inapelable respaldado por el anonimato; y por el otro, las presiones manipuladoras de líderes populares casuales y violentos como Cleón, quienes obtienen legitimidad política gracias a la asignación diaria proporcionada a los jueces.

Frente a un público compuesto en gran parte por ciudadanos que tenían experiencia directa no sólo como jueces sino también como espectadores de procesos, Aristófanes cuestiona no sólo la capacidad de juicio independiente de los jurados, sino también las sugerencias que mueven a menudo el juicio popular, vacilante e irresponsable.

En este ambiente Filocleón –literalmente el que ama a Cleón- se presenta en esta obra dominado por una auténtica compulsión para ser juez. No piensa en otra cosa que actuar como tal y en condenar. La doble pulsión que gobernaba su vida era participar en los juicios y aplicar impiadosas condenas. Uno de sus sirvientes lo describe así: “Mi amo está loco por ser juez. Le gusta infinitamente el tribunal. Si no se sienta en el primer escaño se pone furioso. Y ni duerme siquiera. Por la noche está soñando en que va a dar el fallo y apenas pestañea cuando mira el reloj de agua que está midiendo el tiempo”. El otro protagonista principal de la obra es su hijo Bdelicleón (el oponente de Cleon), que siempre está ansioso precisamente por el ardor represivo de su padre. Está convencido del mal que le aqueja y con el fin de curarlo, lo encierra en su propia casa, al cuidado de dos esclavos. Una mañana, al romper el alba, los amigos de Filocleón –también jurados- pasan para llevarlo con ellos al tribunal y procuran que escape de su encierro. Bdelicleón se interpone y, finalmente, consigue que su padre lo escuche.

Bdelicleón: Claro está, como que te has acostumbrado a ello; pero si puedes callar y escuchar con paciencia lo que te digo, creo que te demostraré cuán engañado estás.

Filocleón: ¿Que yo me engaño cuando juzgo?

Bdelicleón: ¿Pero no estás viendo cómo se burlan de ti esos hombres a quienes rindes culto y adoración? ¿Que no eres más que su esclavo?

Filocleón: ¡Esclavo yo! Yo, que mando a todo el mundo.

Bdelicleón: No lo creas; te haces la ilusión de que mandas y eres un esclavo.

Docentemente le explica a su hijo:

Filocleón: Empezaré por probar desde las primeras palabras que nuestro poder no es menor que el de los reyes más poderosos. Pues ¿quién más afortunado, quién más feliz que un juez? ¿Hay vida más deliciosa que la suya? ¿Existe algún animal más temible, sobre todo si es viejo?

La respuesta no es menos contundente:

Bdelicleón: ¿No es esclavitud, y grande, el ver a todos esos bribones y a sus aduladores ejerciendo las principales magistraturas y cobrando sueldos soberbios? ¡Tú, con tal que te den los tres óbolos, ya estás tan contento!

El coro –cuyos integrantes aparecen vestidos como avispas para infligir el castigo- se convence de la razón de éste último. Filocleón, sin embargo, se resiste a abandonar sus funciones y su hijo le propone –aunque parezca disparatado- actuar de jurado en su propia casa. El primer caso lo enfrenta con su perro –Labes- que ha robado un trozo de queso y que es sometido a un hilarante proceso casero que finaliza en la absolución. La primera que el rígido Filocleón decretó en su vida.

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