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Desayuno con un abogado

Tertulias de café / Relatos /

Clandestino (Capítulo I)

Es miércoles y un sol primaveral empieza a despuntar en un barrio humilde apartado de la ciudad. Nerea se ha levantado temprano para comenzar su día en una cocina pequeña y modesta. El aroma a café se entrelaza con el suave murmullo de la radio mientras sus manos, hábiles y seguras, envuelven un bocadillo con delicadeza, un gesto que se repite cada mañana con la misma devoción.

Una súbita preocupación acaba de oscurecer sus ojos justo al deslizar el almuerzo en la mochila desgastada de su hijo. Durante unos segundos mantiene la mirada en algo que no debería estar ahí desatando de nuevo esa avalancha de malos pensamientos que le vienen a la cabeza cuando se pone a pensar en los papeles. La tentación de abordar el tema le invade con furia, pero esta mañana prefiere no discutir con él porque es su cumpleaños, así que aparta la vista pero con un suspiro lleno de resignación. NereaPrincipio del formulario ignora que el destino de una herencia descansa en ese apartado rincón de la mochila.

Dos horas después en un andamio que cuelga de un edificio muy alto está Rafa con la confianza de quien ha pasado más tiempo en las alturas que en tierra firme. Está rebozando algunas partes desconchadas y mientras maniobra la espátula por la fachada echa en ocasiones algún vistazo hacia el hormigueo de cotidianidad urbana que hay bajo sus pies. La calle bulle con el ritmo característico de los días de juicios, con un ir y venir de personas que con prisa y determinación entran y salen de ese lugar.  De vez en cuando también se asoma de puntillas o escorza su espalda para fisgonear por algunas de las ventanas cercanas al andamio.

Pasado un tiempo, cuando el sol ya se ha alzado lo suficiente como para despertarle el apetito, deja la espátula, se sienta en el andamio y saca de su mochila un bocadillo envuelto en papel de aluminio, humilde en su composición pero sustancioso en su sabor. Entre bocado y bocado y algunos sorbos ocasionales a una lata de cerveza que ha perdido su frescura, contempla con más calma ese escenario urbano de sombras que salen y entran presurosas del edificio. A ratos mientras mastica aguza el oído para captar las voces que se filtran desde una de esas ventanas que alguien ha dejado entreabierta. Intenta seguir el hilo de la conversación, pero las palabras llegan distorsionadas y apenas distingue su significado. Repentinamente un grito corta el aire: “¡Silencio!… ¡papeles, papeles, papeles…!”.  La repetición de este sonido, simple en su estructura, es un martillo que golpea el pecho de Rafa con una fuerza desmedida y a punto está de atragantarse. “Papeles, papeles, papeles…”, grilletes invisibles que tienen encerrado su destino en una jaula de incertidumbre, un recordatorio constante de su condición de inmigrante irregular y que le ahoga por un momento cualquier otro pensamiento.

Entre tanto mastica el último mordisco mete la mano por el interior de la mochila y la remueve varias veces hasta dar finalmente con el tabaco, una bolsita y papel fino de liar. Con movimientos precisos, casi ceremoniales, utiliza sus agiles dedos para armar cuidadosamente un pitillo y una vez enrollado lo cierra y lo sella con la lengua. El fósforo parpadea brevemente antes de cobrar vida y en este pequeño acto encuentra un momento de calma. Aspira suavemente mientras gira el canuto y tras esta primera calada se recuesta para dejar los pies apoyados en una de las barras del andamio. Exhala otra, sin grandes tirones, y tras otra sus sentidos se agudizan y su mente se sumerge en un estado de absoluta contemplación. Con la siguiente, igual de pequeña y corta, mira el canuto entre sus dedos con la misma espiritualidad de quien enciende una ofrenda religiosa preguntándose si no lo ha cargado excesivamente. Una nubecilla de humo se eleva desde sus labios en una danza etérea que se desplaza con gracia hasta desaparecer tras aquella ventana. La brasa titila con timidez mientras la observa embelesado durante unos segundos antes de llevarse de nuevo el pitillo a los labios. Con el pulgar y el índice sujetando la boquilla aspira profundamente y una vez dentro echa la cabeza hacia atrás para expulsar el humo. Lo hace, como una provocación silenciosa, apuntando a esa dirección de la que vuelven a salir voces, y tras una nueva calada decide levantarse para asomarse de puntillas. Así, a hurtadillas, ve por el interior a un hombre trajeado que entra, da unos pasos y se sienta en una silla, y algo más cerca a una mujer con la que se entretiene mirándola hasta que alguien de improviso decide cerrar abruptamente la ventana en sus narices.  Con renovado vigor, después de aplastar la colilla y sacar un caramelo mentolado de un bolsillo, retoma su trabajo, pero esta vez silbando estrofas de canciones, entre estas algunas de Manu Chao.

Ha transcurrido una media hora y el sudor recorre por la frente de Rafa confundiéndose con el polvo y el cemento que la cubren como también en sus manos. Con una devoción similar a la del pintor que contempla su cuadro terminado o al escultor que acaricia la piedra ya moldeada, examina con meticulosidad los últimos matices de su labor en esta sección de la fachada. Siente que una oleada de orgullo le invade y le deja el corazón henchido de satisfacción.

Antes de cambiar la posición del andamio decide concederse una última ojeada por aquella ventana. Pero esta vez al forzar el equilibrio algo atrapa su atención de forma inesperada. La misma mujer que sigue sentada de espaldas se exhibe ahora con un aura de cierta sensualidad y provocación, esto porque sus piernas están completamente abiertas en una postura sugerente que combinada con unas medias y unos tacones altos invita al pecado. Unos pocos minutos después la mujer, desafiando todavía más la indecencia, desliza lentamente una mano bajo la mesa hasta dejarla sobre uno de sus muslos. Un taconeo convulsivo comienza a resonar en el suelo exhibiendo ante sus ojos una tensión apenas contenida. La visión deja a Rafa vacilando como si estuviera sobre una cuerda tensa y después de un primer intento por acercarse más a la ventana percibe un ligero tambaleo, una leve oscilación que le hace rasgar súbitamente el aire con un silbido. El frío contacto del metal en sus dedos al aferrarse socorridamente a una de las barras del andamio hace reflexionar a Rafa de manera instantánea recordándole que es un hombre sin papeles.

*

Han pasado dos días.  Como tienen por costumbre los viernes, Cristina y Flora se han citado en la terraza de uno de los bares cercanos al edificio de los juzgados. Los rayos del sol acarician apaciblemente las mejillas de los transeúntes, pero para Cristina el día ha amanecido envuelto en un velo negro.

Acaba de llegar y busca a Flora que está sentada en una esquina de la terraza. Camina en dirección a ella atrayendo a su paso algunas miradas. Esta mañana Cristina lleva el cabello recogido con un moño perfecto, como si intentara aprisionar dentro de él todas las cosas que la atormentan, circunstancia que no pasa desapercibida para su amiga mientras la ve acercarse. Se saludan con dos besos y con un gesto despreocupado se quita la cazadora tejana dejando al descubierto un top ceñido de color negro y con escote de punto de maíz que remarca un cuerpo pronto al deseo. Flora siente una envidia sana por los dos exuberantes atributos que con unas tildes bien marcadas exhibe su amiga, esto porque los suyos, más modestos, son de los que cubre una mano. Pero en contrapartida ella tiene un lunar pequeño cerca del labio superior que en conjunto con unas gafas de montura negra, unos ojos azules brillantes y unos hoyuelos traviesos que juegan al escondite en sus mejillas le dan, en fin, un aspecto más sofisticado que, por añadidura, se realza al hablar porque tiene un timbre de voz muy sensual. Ni qué decir que estas cualidades combinadas con su alta inteligencia le confieren ciertas ventajas cuando se trata de defender un caso en los estrados.

Cristina se ha dejado caer en la silla y el leve crujido al sentarse parece resonar en armonía con la carga emocional que exhiben sus ojos apagados. Su voz al pedir un Martini, normalmente firme y segura, deja entrever un deje de fatiga que no pasa desapercibido para Flora. Todavía no han intercambiado ninguna frase pero ésta, que conoce a su amiga como la palma de la mano, sabe con solo mirarla y ver el maquillaje dramático que luce esta mañana que algo anda mal.

Los siguientes minutos transcurren entre ellas con conversaciones sobre cosas diversas al rato interrumpidas por la presencia del camarero. Cristina coge la copa de la bandeja y se la lleva con premura a los labios deseosa de que el líquido ambarino le acaricie la garganta con un fugaz susurro de alivio. Sin embargo el ansiado consuelo resulta efímero, así que da otro trago y tras éste alza la mano para pedir con un gesto sutil otro Martini.

Flora, percibiendo esta angustia se acerca a ella ofreciéndole un refugio con la calidez reconfortante de un abrazo compasivo.

—¿Qué te pasa, cariño?

La pregunta, formulada con una sonrisa discreta pero cálida, flota por un instante en el aire como una invitación silenciosa a desahogar el peso del alma. Cristina agradecida vacila por un instante antes de dejarse llevar por la corriente de confianza que las une.

—Estoy aturdida. — Con un profundo suspiro comienza hablándole de los casos sin resolver, de las complejidades de varios juicios en curso y finalmente, entre sorbo y sorbo, de las fisuras que corroen silenciosamente su matrimonio. Como otras mujeres de su generación sus sueños juveniles de amor eterno y felicidad inquebrantable, los que la llevaron al altar con una sonrisa de oreja a oreja, se han ido desvaneciendo con el tiempo. La complicidad con su esposo Pedro se ha desgastado después de veinte años de matrimonio, las miradas entre ambos parecen esquivarse cargadas de reproches y las risas han dado paso a un incómodo silencio, como el que se siente en una cena familiar cuando alguien menciona la palabra «divorcio». En fin, Cristina ha sobrepasado ya ese punto de la vida conyugal en que una mujer después de probar con las terapias a base del shopping, del fitness, del yoga y del Satisfyer, empieza a considerar seriamente hacerle ojitos al Tinder.

Flora, atenta y receptiva, asiente con empatía porque ella también sufrió en su momento los desengaños de ese amor idealizado. Pero esta vez presiente en la expresión de su amiga que hay algo nuevo enredado en esa maraña de pensamientos que demanda ser escuchado.

— Pero bueno chica, no te me vengas abajo. Que para todo hay remedio. Si él ya no te pone los pelos como escarpias, pues habrá que buscarle emoción al asunto con un buen puro con venas. Porque mira —extiende su brazo para cogerle cariñosamente la mano — eso de consolar la castidad involuntaria con un pollón de silicona es como querer calmar el hambre con un plato vacío.

—Es el juicio que tuve el miércoles… el de Casilda – interrumpe como queriendo eludir una conversación demasiado recurrente entre ellas.

—¿La vieja esa aburguesada? ¿La heredera de las fundaciones benéficas que resultaron ser tapaderas para limpiar dinero?

—Si…pero la cosa fue ese hombre…Emmanuelle… — dice delatando en sus ojos de color avellana, ahora brillantes, la excepcionalidad de lo que está a punto de revelar con la segunda copa en la mano.

Flora, intrigada por el súbito semblante de su inseparable amiga, se inclina hacia adelante ansiosa por desentrañar el misterio que rodea al enigmático hombre.

—¿Emmanuelle? —  pregunta con un matiz de inquietud.

Cristina y Flora, son dos abogadas unidas por muchos años de amistad que igual celebran juntas sus mayores victorias como que se consuelan en las derrotas. Entre susurros confidentes comparten mucho más que estrategias legales y consejos profesionales, pero mantienen un delicado equilibrio de discreción conscientes de que las más pequeñas revelaciones pueden alterar el destino de un caso y, en última instancia, de las vidas de quienes están involucrados.

—No te sientas obligada a contármelo.

La interpelación aviva aún más los ojos de Cristina con un brillo travieso. Flora, siempre atenta a los giros de humor de su amiga, capta en este cambio de expresión la tensión eléctrica que parece haber desatado ese hombre.

—No se aún con certeza lo que me ocurrió el miércoles — confiesa con un susurro íntimo como si temiera que estuvieran escuchándola. — Prepárate a abrir tu mente a lo que jamás has vivido en un juicio.

Flora, con un toque cómico, se lleva los dedos a las sienes y cierra los ojos por un instante, como si se preparara para una sesión de hipnosis. Su amiga empieza a relatarle los detalles del caso, que gira en torno a la herencia de unas joyas, y poco a poco la escena del juicio va cobrando vida en su relato hasta desembocar en ese hombre.

— Si lo hubieras visto… — dice haciendo un esfuerzo visible por contener su entusiasmo. — Era mi testigo y había algo en él… —hace otra una pausa como si quisiera capturar la intensidad del momento — en su manera de actuar… en su mirada, en su voz…

Estas inflexiones mientras habla van acompañadas además de unas pequeñas chispas en la retina de sus ojos y de unas gesticulaciones muy expresivas que logran trasladar a Flora una dimensión de ese hombre casi mítica, cargada de carisma y misterio.

—El juicio se había enrarecido por culpa de esa jueza que siempre da el coñazo, esa, la del pelo afro al estilo de la seta de SuperMario —dice gesticulando exageradamente con las manos alrededor de su cabeza.

—Doña Dolores… Vaya tela— comenta Flora llevándose la palma de la mano a la frente, pues también ha padecido las rarezas de esta mujer de comportamiento rancio y aspecto de muñeca recauchutada. Para haceros una idea, es de aquellas que en un juicio te hace llegar sus observaciones no a la cabeza sino a las tripas en la idea de que así entran mejor y no se prestan a discusión ni a recurso.

—Ni te imaginas …iba hecha un pincel, con unos taconazos tipo blogger así — levanta una mano separando al máximo el pulgar y el índice.

—Par Dieu.

—Había mucha tensión en la sala y una expectación enorme por el testigo. Llevábamos media hora de juicio cuando en medio de una discusión acerca de unas de las pruebas la jueza nos chilló mandándonos callar y entonces comencé a notar algo raro.

—¿Te encontrabas mal?

—No, fue algo que provenía por mi espalda. Traté de no perder el hilo de la discusión, pero tenía el rabillo de mi ojo clavado a un lado. La jueza, observando mi extraño comportamiento, arqueó una ceja y acto seguido ordenó la entrada del testigo.

—¿Pero que era?

—No te lo vas a creer…era olor a noche de fiesta en Ibiza.

—¿A porro?

—Lo que oyes y de la buena. Y te digo que ni puta idea de donde carajos provenía. En fin, que entra el testigo y nos deja a la jueza, a la abogada contraria y a mí como un emoji de cara bonita.

—¿Guapo?

—Más que esto, un bajabragas. Su entrada fue como el de un modelo de pasarela, pero con ese toque de confianza que te hace girar dos veces. Era —da un soplo como queriendo buscar las palabras precisas para capturar la esencia de ese hombre, — como si caminara sobre nubes, derrochando esos aires de quien sintiéndose observado se dice a sí mismo: “Las mujeres no me faltan, ni el dinero ni el amor”.

Flora al oír el matiz melodioso de su voz esboza una sonrisita, se inclina ligeramente hacia adelante y sin poder resistirlo empieza a canturrear suavemente: “Soy un hombre muy honrado… Que me gusta lo mejor…Las mujeres no me faltan…”

—Jineteando en mi caballo…— prosigue esta vez Cristina con esa misma voz que llena el espacio entre ellas. — Por la sierra yo me voy…Las estrellas y la luna…Ellas me dicen dónde voy …

Y al unísono, entre carcajadas las dos continúan cantando con un tono lleno de vida como si estuvieran perdidas en su propio mundo: “Ay, ay, ay, ay…. Ay, ay mi amor… Ay, mi morena… De mi corazón…”

Conscientes del pequeño espectáculo que han montado, ambas se miran sonriendo con complicidad. Sus manos se entrelazan sobre la mesa y en ese gesto compartido se reflejaba una nostalgia que las transportaba a épocas muy lejanas. Flora tiene ahora el convencimiento de que su amiga ha recuperado parte de su espíritu burbujeante y que está en ese punto donde las cosas empiezan a fluir de su interior con alegría y sin complejos. Con otro apretón firme pero cariñoso le anima a seguir.

—Y su sonrisa … ¡por favor! … era como un imán capaz de derribar más defensas que cualquier argumento lógico.… — sonríe radiante mostrando sus dientes perfectamente alienados — Y su outfit, Flora, era como si lo hubieran sacado directamente de Instagram. Un traje que le sentaba como un guante, resaltando cada músculo y curva de una manera… —. La pausa la pone uno de los móviles.

Los labios de Cristina esbozan una ligera sonrisa apenas perceptible mientras lee el mensaje entrante en su pantalla. Con la habilidad de quien está acostumbrada a la multitarea responde rápidamente por WhatsApp antes de continuar con su relato. Entre tanto Flora la observa pensando en su tendencia natural a la fantasía y, cuando se trata de hombres, a soñar historias coloridas y románticas que suelen ir adornadas con detalles fantásticos y finales felices. Reconoce las señales de esta creatividad que después de muchos años ha recuperado su amiga en el brillo especial de los ojos y en el tono de emoción exagerada que adquiere su voz cuando cuenta sus vivencias. Especialmente aquellas relacionadas con sus juicios y, desde hace unos meses, con sus conversaciones por Tinder.

—¿Por dónde iba? — se lleva los dedos a la barbilla en un gesto meditativo. — Ah, si…era mi testigo clave y el único contacto que había tenido con él fue por teléfono una semana antes.

—¿No os reunisteis?

—Casilda no quiso, se negó rotundamente. —Tenía —prosigue dejando a Flora intrigada — todas las preguntas perfectamente ensayadas y justo a punto de comenzar la Dolores arrugó su nariz varias veces y nos miró a ambas abogadas con una sonrisa fría y hueca que me llenó de temor.  Se levantó de golpe y con paso firme se dirigió hacia la ventana para cerrarla con un golpe seco… casi me provoca un patatús —se lleva la mano al pecho —giré la cabeza y te juro cari que vi un par de ojos desapareciendo repentinamente.

—¿Había alguien fuera? — pregunta tratando de visualizar la escena en su mente.

—Eso pensé yo — asiente con gravedad recordando el momento. — Pero miré y no había nadie. Fue como si el vacío se hubiera tragado a aquellos ojos — añade con la mirada perdida en un punto distante del horizonte, como si estuviera reviviendo ese instante en tiempo real. — Tía, mientras la jueza volvía a su silla me imaginé a un tipo cayendo desde esa altura y ella como si nada hubiera ocurrido.

—¿No se oyó ningún grito?

—No, pero casi me entra por un momento la risa floja — dice mientras lee otro mensaje que le curva alegremente los labios.

Una pausa inesperada interrumpe la charla. Una paloma curiosa ha decidido unirse a ellas por debajo de la mesa. La miran todo lo que tarda en alzar el vuelo, una procesando las ideas de lo que queda todavía por contar y la otra aguardando.

—En fin, en esto que con las primeras preguntas que le hice ya nos dimos cuenta de que ese tío poseía una personalidad sugestiva. Su voz era como un playlist de las canciones más románticas, ¿me entiendes? — mira por un instante a Flora, que tiene las palmas de las manos en las mejillas como si estuviera tratando de contener una explosión de emoción. — Cada palabra que decía el Emmanuelle ese era como un susurro al oído. No era solo lo que decía, era cómo lo decía, con un tono afrancesado y con una cadencia irresistible que te hacía desear escuchar más y más.

—Mélodie d’amour chante le coeur d’Emmanuelle … —tararea Flora recordando una melodía que tenía olvidada.

—Y esas pausas, ¡Dios mío!, eran como el gancho perfecto para atraparte — sopla dándose aire con la mano y con una mueca de niña abobada. — Pero lo que realmente me conquistó fueron sus ojos. Eran profundos, expresivos y brillaban con esa picardía que te hace sentir como si estuvieras dentro de una novela de amor, ¿me sigues? En resumen, tía, ese hombre era como el crush de tus sueños, con un encanto que te deja sin palabras y con la mente llena de fantasías… Y en estas — suspira —se enredó.

El espíritu vivaz de Cristina tiene contagiada ya a Flora quien con un rictus travieso en su cara le da prisas para que siga. —Cuenta, cuenta …

—Con la primera pregunta él se giró hacia mí de un modo sensual — evoca el instante con un gesto grácil, inclinando ligeramente su cuerpo, cruzando las piernas y entrelazando los dedos en la cintura. —Así, justo como me ves, y entonces por lo pronto sentí como si él estuviera viendo directamente en mi alma.

—¡Wow! —suelta entre carcajadas haciendo más visibles los dos pequeños cómplices de alegría que lleva en sus mejillas.

—Le hice varias más, a todas respondió como esperaba y siempre con ese posado de galán al estilo Richard Gere. Yo en ese instante después de unas diez preguntas ya me veía tocando palmas convencida de que el caso estaba ganado. —Toma la copa y se la lleva a los labios —. A todas respondía afirmativamente asintiendo endiabladamente con su cabeza y mostrando en cada respuesta su sex appeal.

Flora frunce el ceño expectante a que termine de beber.

— Pero de repente… su voz cambió por completo … se volvió afrodisiaca — deja casi con un gesto teatral que la copa se pose lentamente sobre la mesa—. Las palabras que salían de sus labios empezaron a adquirir un matiz diferente como si estuvieran cargadas de un alto voltaje, impregnadas de un doble sentido.

—¿Eh? — exclama reflejando en su cara un asombro genuino.

—Si nena…eran como susurros picantes que encendieron mi imaginación al instante … ¡me tuve que morder el labio para contenerme! ¡Imagina mi cara, así, con los ojos brillando, haciendo chiribitas, como un árbol de Navidad! —hace un gesto exagerado con los ojos— y entonces, ¡boom!: «Eres una maravilla de mujer «.

Con los ojos abiertos como platos y mirando por encima de las gafas, Flora apenas puede creer lo que está escuchando. —¿Esto te dijo? — pregunta alargando las palabras.

—Nooo… es lo que leí en sus labios y en una subidita de ceja y una media sonrisa que me dejaron idiotizada. Te lo juro nena por la raja de mi culo.

Flora suelta una risita por el descaro con el que Cristina transmite a veces las cosas. —¿Eso hizo?

—No nena. No sé cómo, pero mi imaginación derivó sus respuestas a un territorio peligroso. Le hice otra pregunta — Flora asiente nuevamente intrigada y cada vez más absorbida por el relato —: “¿Vio algún comportamiento raro antes, durante o después de la firma?”. Y hete aquí que lo que interpreto saliendo de sus labios fueron piropos que me hacen sentir como si estuviera en la alfombra roja de los Oscars: «Hoy estás que lo bordas, ¿lo sabes?». ¡Dios mío, mis mejillas se incendiaron al instante!

—¡Creatividad en pleno juicio! — exclama sin complejos, atrayendo las miradas curiosas de las mesas cercanas. — ¡Me parto el culo!… — Al decir esto se da cuenta de que no debería de haberlo dicho en voz tan alta. — Flipo… ¿Qué llevabas puesto?

—Pues la toga, una falda y esa blusa blanca que me regalaste.

—Que bien te sienta cari.

—Luego con mi mente por los cerros de Úbeda le hice otra pregunta…recuerdo que con la voz muy temblorosa … y escucho algo así como: «¿A qué hora paso a recogerte?». Y para rematar, rozando lo más le pregunto: “¿Estuvo alguna vez en esa casa?” y me suelta: «Eres realmente sexy. ¿Lo sabes?» ¡Ay, por Dios! ¡Puta imaginación la mía!. Mi corazón casi se sale del pecho en ese momento.

Tras soltar una risa nerviosa y a punto de dejar escapar el último sorbo de su copa, Flora observa cautelosamente a su alrededor y se aproxima a su amiga inclinándose sobre la mesa para susurrarle: —joder con la farlopa esa.

— Cari…como si me hubieran chutado una sobredosis de endorfinas. Me sentía como si estuviera flotando en el aire… como cuando esa vez … —Flora se incomoda y Cristina esboza una tímida sonrisa. — En fin, desconectada de mi mente y de mi cuerpo, como si hubiera entrado en algún tipo de metaverso … con una risa entre idiota y obscena incapaz de vocalizar las preguntas — hace una pausa mientras coge la copa, — ¿te acuerdas de aquella vez?

A Flora este recuerdo ya muy lejano, cuando se conocieron en la facultad, aún le incomoda y no puede ocultarlo en su cara. Se sonroja cada vez que saca la anécdota todo porque con ocasión de una noche de desenfreno en una fiesta universitaria tuvo durante muchas semanas la convicción de que regresó a casa a los hombros de Winnie the Pooh y cantando los dos: “Que dame la mandanga y déjame de tema…Dame el chocolate que me ponga bien …Dame de la negra que hace buen olor…Que con la Maria vaya colocón …”. Cuando por fin pudo liberarse de esta paranoia ambas juraron que jamás volverían a probar un porro. El caso es que sus dos simpáticos hoyuelos acaban de desvanecerse al verse otra vez encima de ese adorable osito amarillo paseando de noche por la Gran Via y la voz del Fary en su oreja. Así que levanta una mano en señal de «pasemos a otro tema».

Cristina se toma una pausa para otro trago, respira profundamente y después de mirar a la mesa de al lado se inclina hacia su amiga — “¿O’shea…conoce a un tal señor Ambrosio?”

—¿ O’shea …? — inquiere con una curiosidad mezclada con una ligera aprensión que le deja los labios ahuecados.

—Si guapa…no te lo vas a creer … me vino no sé cómo ese deje de pijerillo de mi época en el Sagrado Corazón.

Flora intenta conectar algunos puntos en su mente y en este instante, mientras su amiga atiende un nuevo mensaje en el teléfono, se ve proyectada en esa época de adolescente guay. —¿Y qué te dijo? ¿Qué pasó por tu cabeza?

—Pues —deja el teléfono al lado de su copa — estuvo como varios minutos contestando y mientras lo observaba oía en mi interior: “Tu eres mi ambrosia… Tengo ganas de ti… ¿Cuál es tu mayor fantasía sexual?….Las tentaciones como tú merecen pecados como yo…”, así tal cual y en un segundo plano, no te lo pierdas, como música de fondo en forma de susurros viniendo de la ventana oigo: “solo, voy con mi pena… Sola, va mi condena…Correr es mi destino … Por no llevar papel”.

—Pá una ciudad del norte … — murmura Flora asintiendo con la cabeza y dando palmaditas en la mesa — Yo me fui a trabajar …Mi vida la dejé …Mi vida la dejé…Entre Ceuta y Gibraltar …

—Me encanta esta canción —hace una pausa de unos segundos para tararearla en su mente. —. ¿Tú crees en los médiums? — pregunta deshaciéndose el moño y dejando ondear su cabello castaño suavemente sobre los hombros —. Lo que me pasó a continuación no tiene desperdicio — su gesto se vuelve más íntimo mientras se acerca a Flora como si estuviera a punto de compartir un secreto fascinante —. Yo tenía un ojo en el listado de las preguntas y el otro ya entrometido en su entrepierna, mis labios pronunciando la siguiente pregunta con voz entrecortada y en mis adentros diciéndole: «¡No puedo más!», «¡Vamos a hacerlo ya mismo!».

Cristina, cuyos ojos brillantes parecen revivir el momento, ha dejado completamente asombrada a su amiga que es incapaz de ocultar su incredulidad —¿Estás hablando en serio?

Antes de continuar ambas miran a un lado y permanecen unos segundos con los ojos entornados demorando el momento en que cualquiera de ellas ponga remedio a la situación.

— Claro que sí Flora — responde con convicción atrayendo la mirada de su amiga de nuevo a la mesa y observando de refilón a una de las mesas que tienen al lado. — En ese estado de trance total, completamente hiperventilada, yo preguntaba y él seguía contestando con esa mirada penetrante y esa voz — mira de nuevo a esa mesa y se inclina un poco más hacia adelante. —  Lo que tenía en mi cabeza era su imagen susurrándome al oído y yo mordiendo la almohada diciéndole: «¡Sigue así!», «Lo estás haciendo genial», «¡Quiero más!», «No pares», «Sigue», «Dale más duro». ¡Dios, me tenía completamente hechizada!

—¡Ay, madre mía! —. Flora se lleva las manos a la cara y al momento se saca las gafas, se gira y le clava una mirada fulminante al entrometido de la mesa de al lado como diciéndole “¿qué coño escuchas?”.

—Estuve a punto de enviar un mensaje a Daysi— dice Cristina mientras reclina la espalda en la silla como si esa parte de la historia la hubiera dejado agotada física y emocionalmente.

—¿Qué pinta en todo esto?

—Nada, quería pedirle que me pusiera a recargar el Satysfier — responde bromeando. — Te digo, ni falta le hace a ese hombre un Mercedes para poner a una mujer a mil por hora. ¡Hasta en una carreta me lo habría comido entero!

Flora, que se acaba de levantar de la silla para ir al baño, se acerca a ella para darle un tierno beso en la mejilla y decirle al oído: “Cari…tienes que buscarte un buen amante”.

La última vez que escuchó esta palabra fue hace unas semanas en una sesión con el terapeuta. Ella le preguntó si no tener sexo con tu pareja es una razón para separarse. Él, con un guiño apenas perceptible, le vino a decir que después de tres o cuatro años de relación el cerebro deja de segregar las hormonas del enamoramiento, se entra en una fase de raciocinio y que las cosas hay que verlas a partir de entonces desde otra perspectiva. Se le alisó la cara porque este toquecito de condescendencia tan delicado era como si la estuvieran acariciando con unos guantes de boxeo y diciéndole a la vez: eres una inadaptada sexual. Al salir de la consulta Pedro le dijo que no quería volver más, que sentía aún cariño por ella pero que el siguiente paso era la separación porque le resultaba difícil seguir conviviendo con “ni contigo, ni sin ti”. Le sugirió, con la lógica torcida de quien busca soluciones desesperadas, que quizás lo que necesitaban era un amante para darle una sacudida al matrimonio. Esto le sonó a una declaración de infidelidad y la razón por la que no hacían ya el amor. Hace tiempo que dejaron de hacerlo sin chispa y la última vez, hará más de un año, fue como si sus cuerpos estuvieran presentes pero sus corazones ausentes siguiendo un ritual vacío de significado. Ahora, ensimismada, recuerda ese momento todavía mucho más lejano en un hotel en la Costa Brava con la luz del atardecer tiñendo toda la habitación de un dorado cálido. Al cerrar la puerta él la miró con una mezcla inefable de deseo y amor, una mirada que la hizo sentir la mujer más afortunada del mundo. Sus cuerpos se acercaron con urgencia, enredándose en besos y caricias desesperadas. La ropa desapareció en un torbellino de manos torpes, dejando al descubierto sus pieles ávidas de contacto. El clímax los arrasó como una ola poderosa dejándolos jadeantes y mirándose a los ojos como si no existiera nada más perfecto en el universo.

Cristina regresa al presente, su amiga todavía no ha vuelto y con un suspiro profundo recuerda que su matrimonio está en ruinas, y este pensamiento le trae la idea del divorcio y con esta la misma pregunta: ¿Tiene una amante? La verdad es que no ha encontrado por ahora ninguna prueba y sus sospechas están hechas a base de simples señales sesgadas por su estado de ánimo y de una ecuación muy simple: “si no folla conmigo, es que folla con otra”. Le hubiera encantado que el test “¿Te es infiel? que encontró hace unos días en la web sinbragasydesatadas.com, le hubiera dicho que sí. Fueron quince preguntas del tipo “¿Ha cambiado sus hábitos horarios?”, “¿ha dejado de mostrar interés”. Respondió a todas casi sin necesidad de pensar, salvo con una: “¿Te sientes igual de atractiva?” La dejó para el final porque le pareció absurda y además le irritó muchísimo.  Al leerla le aparecieron por la cabeza en letras bien grandes y con luces de neón todos los defectos físicos que cuando se ve en el espejo del baño le hacen pensar en maquillarse como si no hubiese un mañana. Finalmente, después de mucho pensar, respondió “NO” y al poco sus labios se curvaron de rabia después de leer el resultado que, entre otras cosas, venía a concluir algo así como que probablemente Pedro ha estado atendiendo sus necesidades de manera muy solitaria. El bullicio de la terraza la envuelve de nuevo al notar la presencia de Flora que se hace sentir con un abrazo y un beso.

—Anda sigue contando.

Cristina no responde. Su mirada sigue perdida, absorta en una escena en la que aparece Pedro en un baño con los pantalones bajados, el móvil en una mano y la otra machacándosela como un mono. Intenta encajar esta imagen preguntándose si esto es lo que realmente significa «ver las cosas desde otra perspectiva”.

—Cristina… ¿estás bien?

Como el silencio persiste, Flora, preocupada, extiende una mano y la posa suavemente sobre el brazo de su amiga para sacarla de los pensamientos en las que sigue ensimismada. Cristina da un pequeño respingo, como si despertara de un sueño profundo, rescata su mirada del suelo y deja de preguntarse si cuenta como engaño masturbarse cuando se está en una relación.

—Oh, lo siento…estaba pensando en cosas del trabajo. — Parpadea y de vuelta a la realidad trata de recordar en qué punto dejó las cosas. — Ah, si… el tío, el fumeta, ese medium o lo que coño fuera me había dejado una parte de la mente completamente depravada. Doña Dolores me miró algo extrañada. Me sofoqué y respiré profundamente antes de retomar el hilo de las preguntas, de nuevo con el mismo deje pijo y con la sensación de un enjambre de mariposas revoloteando en mi interior.

—¿En el corazón? ¿Te enamoraste?

Cristina sacude la cabeza con incredulidad. —¡No, nena! ¡Tenía las mariposas revoloteando por mi coño! —exclama agitando las manos, con una mezcla de diversión y descaro que deja a su amiga completamente boquiabierta.

—No chilles por Dios, que nos conocen — mira a su alrededor ruborizada sondeando si hay alguna cara conocida.

—Va, por lo que me queda de reputación. Llevo dos noches sin dormir y rezo por no cruzarme con la seta.

—¡Qué fuerte! —exclama Flora antes de dirigir una nueva mirada al de al lado, pero esta vez mucho más pronunciada.

— ¡Las putas mariposas esas…! Al poco, en un fugaz destello en mi imaginación, lo veo a él debajo de la mesa, agarrado a mis tobillos, mis piernas así …completamente abiertas y mis dos manos cogidas fuertemente a su pelambrera, ofreciéndole… ya sabes, como diciéndole: «aquí te quedas cabrón, no te escapas ni con cuatro orgasmos», — hace un gesto llevándose obscenamente las manos a la entrepierna —.  Estuve a punto de darle una mamada al micro o a ese cíclope de cabeza morada que tenía frente a mis ojos en ese momento.

—¡Jajaja!… eres una guarrilla.

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