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Desayuno con un abogado

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Zumbidos en la sala: crónica de una audiencia singular

Escena: la sala de un tribunal.

Personajes:

  • Granjero: hombre de campo, con modales rudos, pero sencillo y honesto.
  • Abogado de la empresa de autocares: un hombre altanero, exasperado, que tiene prisa por ganar el caso sin rodeos.
  • Juez: sereno y equilibrado, dispuesto a escuchar pacientemente.
  • Vieja: vecina del granjero, incontrolablemente emotiva y parlanchina.
  • Mosca: una intrusa inesperada, de vuelo errático que parece haber elegido al juez como su principal objetivo de distracción.

Abogado de la empresa (mirando con impaciencia hacia el granjero). — Entonces, ¿no le dijo usted al oficial, sin dudar, que estaba “perfectamente bien” en el mismo momento en que él le prestaba auxilio?

Granjero (tranquilo y serio). — Verá señor abogado, la cosa no fue tan simple. Llevaba yo a mi querida yegua en la caja de la camioneta, cuando…

Abogado (interrumpiéndolo con gesto despectivo). —¡Por favor! ¿Podría limitarse a contestar? Simplemente necesito saber si le dijo al oficial que estaba bien, sí o no.

Vieja (sentada entre el público solloza mientras agita un pañuelo en el aire). — ¡Ay, pero qué manera tan desalmada de hablarle a un hombre bueno! ¡Y encima lo interrogan como si fuera un criminal!

Juez (primero agitando la mano con discreción, intentando espantar a una mosca, y a continuación haciendo un gesto hacia el abogado). —Permítale al señor contar su historia, abogado. La verdad, como bien sabe, no siempre se explica con un simple “sí” o “no”.

Abogado (exasperado, aprieta la mandíbula y mira al granjero haciéndole un ademán para que continúe)

Granjero. — Como decía, yo llevaba a mi yegua en la camioneta y venía tranquilo por el camino cuando al llegar a un cruce, de repente, ¡bam! … aparece un autobús y me embiste de lado. La camioneta dio vueltas, y yo quedé ahí como una estatua, sin poder mover un músculo.

Vieja (agitando su pañuelo con más dramatismo). — ¡Ay, qué tragedia! ¡… ¡ay, la yegua! (Rompe a llorar).

Abogado (exasperado). — Señoría, ¿podría la señora…?

La mosca vuelve a volar cerca del juez, posándose audazmente en su mano. La espanta con cierta dignidad… pero solo vuela unos centímetros y al instante vuelve a rondar a su alrededor.

Juez (con un gesto de asentimiento hacia la vieja y agitando a la vez la mano disimuladamente hacia la mosca que ahora revolotea cerca de su oído).  —Estamos todos de acuerdo, señora, pero por favor, tratemos de escuchar a este hombre.

Granjero (mirando al juez con un aire de respeto y paciencia). — Como iba diciendo, yo estaba ahí, completamente aturdido. Y entonces, la escucho… mi pobre yegua, gimiendo, con unos lamentos tan desgarradores que…— traga saliva — me rompió el alma oírla así, señor juez. Yo paralizado, sin poder moverme para ayudarla.

Vieja (rompiendo en un llanto casi teatral). — ¡Ay, no! ¡La pobrecita!

La mosca, decidida a probar la paciencia de la justicia misma, se posa ahora en el borde del escritorio del juez. Él intenta aplastarla discretamente con un expediente, pero la mosca escapa en el último segundo y vuelve a zumbar por la sala.

Abogado (mirando hacia el juez, visiblemente frustrado). — Señoría …

Juez (apretando los labios y mirando a la mosca con frustración). —Prosiga, por favor… — Hace una pausa para espantar a la mosca que ronda por su cabeza.

Granjero (mirando al abogado con una media sonrisa).  — Pues eso, que llegó la patrulla y el oficial se acercó a mi yegua que seguía gimiendo. El policía la miró, suspiró y… sacó su arma, apuntó, estuvo varios segundos apuntándola y por fin dio un tiro para evitarle más sufrimiento.

Vieja (rompiendo en un llanto agudo y melodramático). — ¡No! ¡La pobrecita!

Abogado (intentando retomar el control de la escena, mirando al juez con desesperación). — Señoría, con el debido respeto, creo que estamos divagando…

Juez (mirando al abogado, visiblemente harto). — Creo que el testigo está en todo su derecho de explicar el contexto… hasta la última mosca —. Lanza una mirada significativa al insecto que aún revolotea cerca de su escritorio. Hace un intento desesperado por aplastar la mosca con una carpeta. La mosca escapa, y el juez exhala resignado, dejándola libre.  —Prosiga.

Granjero (mirando al juez con un aire de melancolía). — Cuando el oficial terminó con ella, se me acercó, todavía con el arma en la mano. Se inclina hacia mí y, con esa voz tan seria, me pregunta: “¿Y usted cómo se siente?” —. Hace una pausa y mira al Abogado.  —Dígame, ¿Qué esperaba usted que le respondiera? Con el cañón del arma todavía caliente frente a mí, qué otra cosa podía decirle sino que estaba perfectamente bien?

Juez (asintiendo, mirando al abogado). — Creo que queda claro lo sucedido, abogado. Se levanta la sesión por unos minutos.

Todos salen poco a poco de la sala, menos el juez y la mosca. Esta atrevida se posa una vez más en el escritorio. Aquel cansado y sin vacilar alza el mazo en un movimiento rápido y decisivo, apunta durante un breve segundo y al momento lo deja caer con fuerza sobre la mosca.

Se oye desde la puerta a la vieja: — ¡Ay! ¡La pobrecita!

El juez, agotado y despeinado, deja caer el mazo al suelo, mira a la mosca que ahora descansa tranquilamente en el respaldo de su silla y murmura derrotado: — Algún día las moscas aprenderán a guardar sala.

La mosca, como si entendiera, vuela en círculos por la sala antes de salir por una ventana abierta, dejando al juez suspirando profundamente y a la vieja secándose las lágrimas mientras balbucea: — ¡Qué alma tan noble tiene el señor juez… qué alma tan noble!

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