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Desayuno con un abogado

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San Ivo, el abogado de los pobres

En un lugar de una ciudad de la Francia del siglo XVII se desarrolla un juicio singular. El motivo son los aromas de las delicias culinarias que con gracia y capricho navegan desde las chimeneas de una casa señorial hasta posarse, con humilde timidez, en el umbral de una lejana y modesta choza.

La escena se ubica en una austera sala impregnada del aire viciado de la época, donde el juez Ivo, hombre de saber y discernimiento, es el árbitro de tan singular disputa. Su rostro, sereno pero penetrante, está envuelto en la solemnidad de la toga, listo para pronunciar justicia.

A un lado del estrado, presuntuoso y altivo, se encuentra el Señor Crispín, personificación de la opulencia y la vanidad de quien se sabe dueño de riquezas y privilegios. Vestido con ropajes suntuosos, es el retrato de un poder que parece extenderse más allá de los límites de la razón, como si el mundo estuviera destinado a plegarse ante sus caprichos.

En el otro extremo se alza la figura del humilde Bartolomé, cuyos hombros encorvados soportan el peso de una vida marcada por la penuria y el trabajo duro. Sus ropajes están raídos y sus manos, curtidas por el esfuerzo del día a día, hablan por sí solas de sus privaciones. Pero en su mirada, a pesar del cansancio y la adversidad, se vislumbra una chispa de dignidad y resistencia. Es el prototipo del hombre común, cuya fortaleza reside en su capacidad para enfrentar las dificultades con entereza y perseverancia.

Juez Ivo (con solemnidad)

¡Silencio en la sala! Hoy nos reunimos para resolver una disputa por el disfrute de unos aromas ajenos provenientes de la cocina del demandante. (Mira a los dos hombres con seriedad, primero a Bartolomé, luego al señor Crispín)

¿Qué tienen que decir?

Señor Crispín (con aire de superioridad)

Excelencia, es inadmisible que este pobre desgraciado se aproveche de los lujos de mi cocina sin pagar un solo céntimo. Él y su prole se deleita a diario con los aromas que emanan de mi cocina, sin contribuir con nada a su elaboración.

(Los aromas de la cocina del Señor Crispín son tan variados como exquisitos, recordatorios olfativos de la opulencia y la sofisticación que caracterizan los banquetes de la aristocracia francesa del siglo XVII, y se ofrece a mencionarlos).

Señoría, piense en el delicado perfume de un estofado de faisán, impregnado de hierbas frescas y especias exóticas, en el embriagador aroma de una sopa de trufas, adornada con trozos de pan recién horneado y rociada con vino blanco de la más alta calidad. Cada bocado, señor juez, es una experiencia sensorial inigualable, un deleite para los sentidos. ¡Es un ladrón, roba estos placeres, le digo! Exijo justicia y compensación por el agravió sufrido.

(El juez parece por un momento sentir en su paladar la textura suave del faisán, el regusto a trufas, el frescor del vino blanco. Con el estómago resignado cede el turno a Bartolomé cuya voz apenas es un susurro en comparación con la retórica altisonante del Señor Crispín):

Bartolomé (con humildad)

Señor juez, solo puedo decir que nunca he buscado disfrutar de los aromas de la cocina de este noble señor. Vivo en la pobreza y trabajo arduamente para ganarme el pan de cada día. Mi estómago y el de mi familia retumban de hambre, y el olor es lo único que nos reconforta.

Juez Ivo (frunce el ceño, meditando sobre el caso)

Es un asunto delicado, sin duda.

(Se queda en silencio por un momento, pensativo, mientras los otros dos hombres esperan con nerviosismo)

¿Tiene alguna propuesta, Señor Crispín?

Señor Crispín

Sí, su señoría. Solicito que se condene a este vagabundo a pagar una compensación por el placer que ha recibido de mis manjares…¡y que se abstenga en delante de olerlos!

Juez Ivo

Muy bien. ¿Qué tiene que decir, Bartolomé?

Bartolomé

Su señoría, no tengo bienes con los que pagar tal compensación. Soy un hombre pobre, apenas puedo alimentar a mi familia, y lo único que dispongo de mis ahorros es esta moneda de oro.

Juez Ivo (después de observar atentamente la moneda)

He llegado a una conclusión.

(Se endereza en su asiento y mira fijamente al rico)

Señor, su reclamo es justo. Es necesario que haya compensación por los aromas percibidos.

Señor Crispín (sonríe triunfante)

¿Entonces, qué medidas tomará, excelencia?

Juez Ivo (con un gesto serio)

Ordeno al pobre que entregue su moneda como compensación.

(Rico y pobre se miran. Bartolomé saca la moneda y la echa sobre la mesa del juez produciendo un tintineo claro y nítido al caer. Aquel, con una expresión de satisfacción, se dispone a tomarla)

Juez Ivo (interrumpiendo)

Pero no tan rápido, señor.

(Señala al rico con severidad)

El sonido de esta moneda ha agrandado su satisfacción, de tal modo que le indemniza cumplidamente por los aromas percibidos por el pobre. No hay necesidad de que la toque físicamente.

(El señor Crispín queda desconcertado mientras el pobre guarda la moneda de nuevo en su bolsillo. El juez Ivo se levanta de su estrado, dando por concluido el caso.)

Juez Ivo: Caso resuelto.

[Los tres personajes abandonan la sala]

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