Desenmarañando la falacia del fiscal a través de los impactantes casos de Kathleen Folbigg y Sally Clark
Su señoría,” inició el fiscal con una firmeza que no admitía réplica, “el hallazgo de la sangre de la acusada en la escena del crimen ilumina los hechos con una claridad irrefutable.” Su voz, cargada de una solemne seguridad, reverberaba en las paredes del tribunal mientras sus ojos se clavaban, implacables, en los de la jueza. Un breve y contenido carraspeo interrumpió el tenso silencio antes de que prosiguiera: “No hay lugar para la incertidumbre; su culpabilidad se revela indiscutible-
El fiscal se reclinó con parsimonia en su asiento y sus ojos escrutaron con meticulosa atención los documentos que tenía ante él. Los papeles, cargados de evidencia, revelaban un dato de suma relevancia: la probabilidad de que el tipo de sangre encontrado en la escena del crimen perteneciera a la acusada, asumiendo su culpabilidad, se aproximaba a un rotundo 98%. Apenas un exiguo 2% mantenía el umbral de la certeza por debajo del 100%, reflejando la mínima posibilidad de que la sangre pudiera no corresponder a la autora del delito. Pero estaba pasando por alto un aspecto crucial; inadvertidamente estaba cayendo en lo que se conoce como la falacia del fiscal.
¿En qué consiste exactamente esta falacia?
En el mundo de la lógica y la argumentación, las falacias lógicas pueden oscurecer la verdad y distorsionar la percepción de la realidad. Una falacia en particular, conocida como la falacia del fiscal, puede tener efectos devastadores en la justicia y la búsqueda de la verdad.
El Caso de Kathleen Folbigg: Una Pesadilla Inimaginable
Kathleen Folbigg, una madre australiana, se vio arrastrada a los titulares de los medios y a la atención pública en 2003, cuando fue condenada por el asesinato de sus cuatro hijos. Sus muertes, que ocurrieron en un período de diez años, provocaron una investigación que culminó en su arresto y juicio. La base de su condena residía en gran parte en las declaraciones de expertos médicos que argumentaban que la probabilidad de que cuatro hijos murieran de manera natural en una misma familia era extremadamente baja.
El caso de Kathleen Folbigg es un ejemplo conmovedor de cómo la falacia del fiscal puede influir en las decisiones judiciales y en la percepción de la culpabilidad. La atención se centró más en la personalidad de Folbigg, su comportamiento y sus diarios personales, que en las pruebas científicas y forenses concretas. Los testimonios de expertos médicos y la evaluación estadística de las muertes de los niños fueron en gran medida pasados por alto en medio de la especulación sobre la naturaleza de Folbigg como madre. A lo largo del proceso judicial se cayó en el error de la falacia al evaluar la probabilidad de que los niños hubieran fallecido siendo la madre la autora, sin considerar adecuadamente la probabilidad real de la culpabilidad de la madre. Esta probabilidad se habría reducido significativamente de haberse tomado todas las posibles causas de muerte. Se pasó por alto el importante factor de que la muerte súbita podía estar influenciada por la genética de los bebés, lo que la hacía potencialmente más común entre hermanos.
La falacia dejó en segundo plano el análisis imparcial de las pruebas. Las emociones y prejuicios asociados a la imagen de una madre acusada de asesinato oscurecieron la evaluación meticulosa de las evidencias forenses y científicas presentadas en el juicio.
El caso de Sally Clark
El ejemplo de esta abogada británica se convirtió en el centro de un infame juicio por homicidio y se mantiene como un conmovedor recordatorio de los peligros de las falacias judiciales y el impacto devastador que pueden tener en la vida de las personas. La historia de Clark ilustra cómo la combinación de información incorrecta, interpretación errónea de pruebas y prejuicios puede resultar en una verdadera tragedia, despojando a una persona de su libertad y arruinando su vida.
Sally Clark era abogada de un bufete en el corazón de Londres en el año 1990. Contrajo matrimonio con Steve Clark, quien también ejercía la abogacía, y juntos tomaron la decisión de trasladarse a la ciudad de Manchester. En este nuevo lugar nació el 22 de septiembre de 1996 Christopher, el primogénito de la pareja. Sin embargo, la vida de Sally tomaría un giro trágico en menos de tres meses. El 13 de diciembre llamó a una ambulancia en un intento desesperado por salvar la vida de su hijo, pero lamentablemente no pudo evitar su fallecimiento. Cuando los sanitarios llegaron a su hogar, Christopher ya había muerto. En ese momento crítico Sally era la única persona que estaba presente con el niño. Los médicos que llevaron a cabo la revisión del cuerpo no lograron identificar ninguna causa evidente y concluyeron que la muerte había sido por causas naturales, habiendo indicios incluso de una posible infección respiratoria. No se hallaron señales de negligencia o falta de atención por parte de la madre.
La vida del matrimonio Clark continuó con la llegada de otro hijo, Harry, quien nació de manera prematura menos de un año después de la muerte de Christopher, el 29 de noviembre de 1997. La historia tomaría un rumbo inesperado. Menos de dos meses después, el 26 de enero de 1998, Harry también falleció de manera repentina. Una vez más, Sally fue la única persona presente en el momento del trágico suceso.
Los eventos tomaron un giro impactante a partir de ese momento. Tanto Sally como su esposo se enfrentaron acusaciones y fueron enviados a prisión. No obstante, su esposo fue absuelto prácticamente de manera inmediata, mientras que ella fue acusada de doble homicidio. Aconsejada por sus abogados optó por no responder a las preguntas durante el juicio, pero siempre mantuvo firmemente su posición de inocencia.
En el transcurso del juicio, los abogados de la defensa sostuvieron la hipótesis de que los niños habían fallecido a causa del Síndrome de Muerte Súbita del Lactante (SMSL). Sin embargo, el resultado del juicio sorprendió a muchos. En 1999 fue declarada culpable. La base de la acusación se centraba en gran medida en la opinión de expertos médicos que argumentaban que las probabilidades de que dos niños murieran de manera natural en una misma familia eran extraordinariamente bajas.
Un momento impactante durante el juicio fue la declaración de Sir Roy Meadow, un renombrado pediatra inglés que había sido honrado con el título de Caballero por la Reina. Sir Meadow aprovechó la información proveniente de un estudio reciente sobre el SMSL y utilizó la teoría de probabilidades para argumentar que este síndrome no podía haber sido la causa de las muertes. La figura del doctor Meadow se erigió como un testigo crucial para el fiscal al demostrar que la probabilidad de que se presentaran dos casos en el mismo núcleo familiar ascendía a uno en aproximadamente 73.000.000. Meadow incluso añadió que tal situación podría ocurrir en Gran Bretaña solo una vez por siglo. Este cálculo se convirtió en el punto final que llevó a la condena perpetua de Sally Clark.
«Aunque no condenamos a nadie en base a estadísticas en este tribunal, en este caso las estadísticas parecen ser contundentes». (Cita contenida en la sentencia de Sally Clark)
Lamentablemente para Sally, las conclusiones del doctor Meadow resultaron completamente inexactas. En principio, para que dicho número pudiera calcularse de esa manera, sería necesario tener certeza de que los eventos eran verdaderamente independientes, una premisa que resulta claramente falsa para cualquier persona con intenciones honestas y un mínimo nivel de preparación.
¿Independientes? ¿Cómo pasar por alto que eran hermanos, hijos de los mismos padres? Ya solo con esta información, la multiplicación de estos dos números hace que la apreciación de Meadow parezca casi ridícula. Y aún hay más: un estudio conducido por el profesor Ray Hill, del departamento de matemáticas de la Universidad de Salford, contradecía lo afirmado por Meadow durante el juicio. Su conclusión establecía que la probabilidad de que tal situación se presentara en una pareja de hermanos, habiendo fallecido uno de ellos, era de ¡uno en cada 130.000!. Hill argumentó: «Teniendo en cuenta que aproximadamente nacen 650.000 niños por año en Gran Bretaña, podríamos esperar que alrededor de cinco familias al año enfrentaran una segunda muerte trágica en su núcleo familiar, si el primer bebé hubiera fallecido debido al SMSL».
En resumen, el SMSL tiene una componente genética tal que una familia que ha sufrido la muerte de un niño por estas razones se enfrenta a un grave riesgo de que se repita la situación. Además, sería necesario comparar la probabilidad de que dos niños fallezcan por esta causa, con la probabilidad de que la madre sea una asesina en serie, lo cual es mucho menos probable. Luego, sería necesario que una asesina serial mate a dos niños y, para hacer esto aún más improbable, ¡esos dos niños tendrían que ser sus propios hijos!
Este es otro claro ejemplo de lo que se conoce como «la falacia del fiscal». Afortunadamente, varios matemáticos especializados en estadística al enterarse de lo ocurrido intervinieron de manera enérgica. Un artículo publicado en el British Medical Journal, una revista británica de medicina sumamente prestigiosa tituló su artículo sobre Sally Clark de la siguiente manera: «¿Condenada debido a un error matemático?».
Sin embargo, este desenlace no resultó ser suficiente. Sally Clark perdió su apelación y fue encarcelada. Fue en ese punto donde el presidente de la Real Sociedad Estadística de Inglaterra escribió de manera concisa al presidente de la Cámara de Lores y jefe de la Administración de Justicia en Inglaterra (y Gales), declarando: “El cálculo de ‘uno en setenta y tres millones’ carece de validez”.
Finalmente, en el año 2003, durante su segunda apelación y en medio de una campaña en todo el Reino Unido que buscaba revertir la sentencia, Sally Clark obtuvo su libertad. Sin embargo, esto no impidió que cuatro años después, con su estado emocional completamente deteriorado, decidiera quitarse la vida. A pesar de haber dado a luz a su tercer hijo, no tuvo la oportunidad de verlo crecer. Sally dejó escrito que si hubiera sido parte del jurado y se le hubiera presentado el caso como lo hizo el fiscal, habría votado en concordancia con ellos. Sin embargo, afirmaba rotundamente que era inocente.
Utilizando el mismo razonamiento, el sistema judicial inglés reexaminó los casos de otras tres mujeres que habían sido condenadas de por vida por haber supuestamente asesinado a sus propios hijos. Las tres mujeres fueron finalmente absueltas.