Con los ojos vendados, la justicia se vuelve sorda
La imagen iconográfica de la justicia es algo que ha ido evolucionado de un modo muy curioso a lo largo de los siglos. En la actualidad sigue representada con una figura femenina con una balanza en la mano, una espada en la otra y los ojos vendados, elementos que no están precisados en el tiempo si bien se reconoce que el más antiguo en incorporarse fue la venda. Por lo que diré a continuación, hoy podría añadírsele otro.
La figura de la justicia con los ojos vendados, que es por donde quiero empezar, es una elucubración humanista muy reciente ya que los primeros ejemplos, que son de antes del final de la Edad Media, tenían una connotación más bien negativa. La primera referencia es un grabado presente en la obra satírica alemana «El barco de los locos» del jurista y poeta alsaciano Sebastian Brant fechada en 1494. En esta obra se la esboza armada con una espada y con los ojos cubiertos por la venda que un demente le impone para obstruir su capacidad de ejercer su tarea. Pero a medida que el tiempo fue transcurriendo marcado por las transformaciones culturales y los progresos en la comprensión ética y social, inicialmente propiciados por el humanismo y posteriormente por el racionalismo, la figura de la justicia abandonó progresivamente esta asociación con la desconfianza, adquiriendo una nueva identidad ya menos grotesca y como símbolo trascendental de su esencia intrínseca: la imparcialidad en un sentido positivo, de una justicia inmune a las influencias externas y aplicada de manera equitativa a todos, que no se deja influenciar por nada y que trata a todos por igual, esto es, que no mira a nadie a la cara.
Para mi que la Justicia no mire a nadie a la cara en el sentido de que el resultado de un juicio dependa únicamente de la ley y de los hechos objetivamente comprobados me parece estupendo. Pero que por eso deba ser ciega me preocupa bastante. Porque ocurre que algunos jueces parecen llevar la alegoría de la venda a tal extremo que no solo cierran los ojos sino que además aplican una peculiar sordera que les distancia de las realidades que se despliegan en el estrado. ¿Por qué hay jueces en cuyo nombre se administra la justicia que no miran los ojos del acusado cuando estos declaran ni dan muestras de escucharle? La misma pregunta me hago mientras hablo en el transcurso de un trámite de conclusiones y veo al juez completamente absorto cuando no, cada vez más frecuente, con el móvil. Cuando me veo en situaciones como estas me conmuevo, sobre todo al observar la cara de resignación de mi cliente. A veces mientras sigo hablando inmerso en esta clase de presentismo absurdo me viene a la cabeza esta cita de Oscar Wilde:
“No voy a dejar de hablarle sólo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo”.
Si me permiten la ironía, para estos contextos la Justicia debería representarse más bien con la imagen que popularmente se atribuye al avestruz. Ya me entienden, con la cabeza soterrada. Es imposible que una justicia ciega vea la balanza en su mano y al mismo tiempo pueda empuñar la espada del juicio acertando en el blanco correcto. O igual, se me ocurre también, fuera mucho más adecuado reinterpretar la iconografía y recurrir a la otra dama de la suerte, la diosa Fortuna. Sustituir la balanza y la espada por unos dados, como lo hacía el juez Bridoye en las obras de Rabelais o el sistema otomano de jurisdicción (si salía una de las caras con una cola de caballo, vencía el demandante y si salían otra cara con dos colas, el demandado) podría, digo, ofrecer una perspectiva más realista de la justicia cuando menos para quienes sin vocación ni pasión alguna por su labor, ni conciencia en las responsabilidades que entraña, se empeñan en querernos dar a entender que la justicia es un juego banal.
Claro, y ahí donde apuntaba al inicio, cuando nos encontramos en esas situaciones en las que la figura simbólica de Themis parece estar obstaculizada por la sordera, quizás sería más apropiado algo más irreverente como añadirle unos tapones de papel en los oídos. Toda una oda a una justicia que al perder sus sentidos esenciales, no ve nada, de nada se entera y que resuelve sin mirar: «a tí, te absuelvo» y «a tí, te condeno». El cuarto elemento.