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Desayuno con un abogado

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Pleitos tengas

El pleito: lentitud, coste económico y otras imperfecciones.

Meterse en un pleito es como hacerlo en un terreno espinoso, sembrado de recelos y de prejuicios. Un jurista americano escribió ya hace muchos años

si fuera un litigante temería a un pleito por sobre casi todas las demás cosas, salvo la enfermedad y la muerte”.

La maldición de la gitana

La maldición de la gitana está en esta misma línea aversiva y a la vez representativa del común sentir de la gente. El pleito, como todo lo que hace el ser humano, adolece de imperfecciones. y entre éstas destaco las siguientes tres:

La lentitud. Se dice que el pleito es lento, pero no menor que el que suele precisar una cura psicoanalítica. Hoy día hay pleitos que duran desde meses hasta años. Depende del caso, su naturaleza, de la jurisdicción (civil, laboral, penal o contencioso-administrativo), y de un sinfín de factores. No conviene hacerse la ilusión de que una vez presentada la demanda o la denuncia el tiempo se va a detener. Hay clientes que han perdiendo el interés inicial cuando el proceso termina muchos años después de haberse iniciado y tras pasar por tres instancias judiciales, y cuando por fin termina se resignan con algo así como: “Para este camino no hacían faltas tantas alforjas”. Unas buenas dosis de paciencia, algo de terapia con el abogado y una petición de medidas cautelares, si vienen al caso, son recursos que pueden aliviar mucho mejor la espera.

El coste económico. Es un problema difícil de solucionar pero que podría mejorarse optimizando el sistema del beneficio de justicia gratuita y generalizando el principio de condena en costas. En más de una ocasión he oído mencionar a un juez de lo social que la lentitud de esta jurisdicción se arreglaría extendiendo este principio a los trabajadores. Pero de lo que se trata es de conseguir la eficacia pues en la mayoría de los casos lo que duele no es el pagar sino el pagar inútilmente. Sucede, claro está, que la relación entre coste y beneficio es más fácil de calcular en el pleito que no en la curación de una enfermedad, ya que en el pleito los términos de dicha relación son casi siempre homogéneos (el coste se traduce en euros y la pretensión, dado que generalmente es de carácter patrimonial o evaluable económicamente, puede también traducirse en euros). De ahí resulta que sea mucho más fácil poder imputar al pleito el no haber cobrado más que el 40% de la deuda, que no el cuantificar el beneficio neto obtenido por una gripe curada con ibuprofeno. Jamás será correcta una medición de la satisfacción procesal si la comparación se hace entre el 100 y el 40 y no entre el 40 y cero.

Más sin embargo el problema no está, creo, en esta métrica, sino en la falta de una paralela satisfacción psicológica. Es decir, los múltiples inconvenientes del proceso actual, tales como su duración, las triquiñuelas del contrario, la lenidad de las sanciones, la falta en algunos casos de condena en costas, la indulgencia con las que a veces se exonera de su condena, la dificultad de obtener medidas cautelares, el bajo interés que devengan las obligaciones en mora, etc., no permiten esa gratificación personalísima que obtendría el “yo” ofendido caso de haber podido responder a la agresión con contundencia y urgencia.

A propósito de esto último, decía Piero Calamandrei que la causa muchas veces por la cual los litigantes continúan batiéndose no es ya tanto el bien económico objeto de la discusión como el puntillo de honra, el amor propio, el espíritu de lucha, el empeño de vencer, y acaso los celos y la envidia.

Señor abogado, no me importa gastar: con tal de que mi adversario no venza, estoy dispuesto a perder todo mi patrimonio”.

Hay clientes que en la primera entrevista ofrecen incluso la mitad de “lo que se gane” o “lo que se saque” y que al cabo de un tiempo, al pasarles una minuta conteniendo nuestros honorarios estrictamente legales y mínimos, los discuten airadamente. Aun cuando también los hay sumamente cumplidores, pese a haber recuperado nada más que un 40 por 100.

La incertidumbre. Nadie puede predecir sin riesgo el resultado de un pleito. Naturalmente, a primera vista ello no deja de ser irritante y sorprendente sobre todo para quien se le dice que tiene toda la razón legal y jurídica. Si el diagnóstico es tan claro, ¿a qué ese pronóstico tan incierto?

Esta extrañeza está claro que abunda en personas ajenas a la profesión jurídica, lo cual es consecuente a su vez a su natural desconocimiento de la materia. Las objeciones toman un aire muy simplista, del tipo, recuerdo una vez, “vosotros los abogados tenéis siempre la solución del problema al alcance de la mano. Basta con que busquéis el texto adecuado”. Pero esto que parece así, no lo es. De un lado porque no basta con saber leer las normas, sino tener la habilidad a su vez de interpretarlas, argumentarlas en estrados y otro sinfín de habilidades al tiempo de probar los hechos. Si a alguien le pegan una bofetada en la soledad de un ascensor, y va al juez a denunciarlo, lo más seguro es que pierda el pleito a no ser que el agresor confiese espontáneamente. “¿Y ello por qué? ¿Acaso no existe en el Código Penal un artículo bien claro tipificando esta figura delictiva?”. Sencillamente porque no habrá aportado una prueba que, a modo de una fotografía, plasme la realidad el suceso. Entre su palabra y la de aquel otro individuo, habrá que prevalecer el principio de inocencia. ¿Cómo explicárselo al cliente sin que la respuesta le remueva la sensación de injusticia?

La justicia padece desde luego muchas más imperfecciones que estas tres, pero conocerlas de antemano puede marcar una gran diferencia en cómo se experimenta la vivencia de un pleito. Entender que la lentitud de los procedimientos es una característica inherente del sistema puede ayudar a gestionar las expectativas y a prepararse mentalmente para una larga espera. Ser consciente de los elevados costes asociados con los litigios puede incentivar la búsqueda de soluciones más económicas o alternativas de resolución de conflictos. Por último, reconocer la incertidumbre que rodea a los resultados judiciales puede permitir a las personas abordar el proceso con una actitud más realista y menos propensa a decepciones.

En fin, aunque enfrentarse a estos aspectos de la justicia puede ser una experiencia desafiante y, en muchos casos, frustrante, estar informado y preparado puede hacer que el camino sea mucho más manejable, aun cuando sea regañadientes.

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