Ruben Darío hizo en este poema una paráfrasis de la fábula del escritor francés Antoine Houdart de La Motte «Le fromage». Con su genialidad poética nos ofrece una reflexión lúdica y placentera sobre el fin del proceso a partir de una ficción en el mundo animal que trasciende las fronteras de lo convencional. La obra no solo destaca por su belleza estilística, sino también por su capacidad de provocar una introspección ligera y agradable.
El poema relata la historia de dos gatos provenientes de Angola que han robado un queso de bola. Ante la falta de consenso sobre la distribución justa de su botín deciden recurrir » a un mono muy competente/ mono de mucha conciencia/ y que gran fama tenía,/ porque el animal sabía/ toda la Jurisprudencia«. Confían al mono la tarea de dividir el queso y se lo entregan para que lo distribuya «en mitades de igual peso/ e idénticas proporciones”.
En presencia del «tercero imparcial«, buscando una » justa división de lo robado«, comienza la odisea de los gatos entregados a “Aquel mono inteligente/que observa el queso de bola,/ mientras menea la cola/ muy filosóficamente” en un gesto de aparente sabiduría pero acompañado a su vez, como suele suceder con muchos «expertos«, de un deje de arrogancia: » Recurrís a mi experiencia/ y el favor debo pagaros,/ amigos, con demostraros/ que soy mono de conciencia”.
Con ingenio, comienza a «administrar justicia«, para lo cual, dice el mono, » Voy a dividir el queso,/ y, por hacerlo mejor,/ rectificaré el error,/ si hubiere, con este peso.—/ Por no suscitar agravios,/ saca el mono una balanza/ mientras con dulce esperanza/ se lame un gato los labios”. El juez, hábilmente, extrae un cuchillo y divide el queso en dos partes, las coloca en la balanza, pero al no cortarlas en la misma proporción, la balanza se inclina hacia un lado. Ante esto, el mono muerde la porción más grande. Luego, coloca nuevamente los trozos en la balanza, pero la mordida fue más grande que la diferencia, haciendo que la balanza se incline nuevamente. Así, el mono continúa mordiendo alternadamente.
Los gatos, al presenciar esta escena, se quejan y » El juez habla de este modo/ a los pobres litigantes:/ —Hijos, la Justicia es antes/ que nosotros y que todo.” Y acto seguido procede a cortar, pesar y comer el queso y al final, y como dicta el procedimiento: “Y cuando del queso aquél/ quedan tan pocos pedazos/ que apenas mueven los brazos/ de la balanza en el fiel,/ el mono se guarda el queso/ y a los gatos les responde:/ —Esto, a mí me corresponde/ por los gastos del proceso.”
Con una frecuencia mayor de la deseable los ciudadanos que acuden a los tribunales lo hacen con una percepción muy escéptica sobre el funcionamiento de la justicia que si bien no alcanza a compararse con la farsa como la descrita aquí por el poeta, da pie a seguir reflexionando sobre la necesidad de que todos quienes participamos en su funcionamiento lo hagamos reafirmando a diario nuestro compromiso por preservar la integridad y la auténtica esencia de la justicia en cualquier contexto.
Diz que dos gatos de Angora
en un mesón se metieron
del cual sustraer pudieron
un rico queso de bola.
Como equitativamente
no lo pudieron partir,
acordaron recurrir
a un mono muy competente;
mono de mucha conciencia
y que gran fama tenía,
porque el animal sabía
toda la Jurisprudencia.
—Aquí tenéis —dijo el gato
cuando ante el mono se vio—
lo que este compadre y yo
hemos robado hace rato;
y pues de los dos ladrones
es el robo, parte el queso
en mitades de igual peso
e idénticas proporciones—.
Aquel mono inteligente
observa el queso de bola,
mientras menea la cola
muy filosóficamente.
—Recurrís a mi experiencia
y el favor debo pagaros,
amigos, con demostraros
que soy mono de conciencia;
voy a dividir el queso,
y, por hacerlo mejor,
rectificaré el error,
si hubiere, con este peso.—
Por no suscitar agravios,
saca el mono una balanza
mientras con dulce esperanza
se lame un gato los labios.
—Haz, buen mono, lo que quieras
—dice el otro con acento
muy grave, tomando asiento
sobre sus patas traseras.
II
Valiéndose de un cuchillo,
la bola el mono partió,
y en seguida colocó
un trozo en cada platillo;
pero no estuvo acertado
al hacer las particiones,
y tras dos oscilaciones
se inclinó el peso hacia un lado.
Para conseguir mejor
la proporción que buscaba
en los trozos que pesaba,
le dio un mordisco al mayor;
pero como fue el bocado
mayor que la diferencia
que había, en la otra experiencia
se vio el mismo resultado,
y así, queriendo encontrar
la equidad que apetecía,
los dos trozos se comía
sin poderlos nivelar.
No se pudo contener
el gato, y prorrumpió así:
—Yo no traje el queso aquí
para vértelo comer.—
Dice el otro con furor,
mientras la cola menea:
—Dame una parte, ya sea
la mayor o la menor;
que estoy furioso, y arguyo,
según lo que va pasando
que, por lo nuestro mirando,
estás haciendo lo tuyo.—
III
El juez habla de este modo
a los pobres litigantes:
—Hijos, la Justicia es antes
que nosotros y que todo.
Y otra vez vuelve a pesar
y otra vez vuelve a morder;
los gatos a padecer
y la balanza a oscilar.
Y el mono, muy satisfecho
de su honrada profesión,
muestra su disposición
para ejercer el Derecho.
Y cuando del queso aquél
quedan tan pocos pedazos
que apenas mueven los brazos
de la balanza en el fiel,
el mono se guarda el queso
y a los gatos les responde:
—Esto, a mí me corresponde
por los gastos del proceso.


