Una excursión a los juzgados
¿Por qué hay niños y niñas pequeños en doble fila cogidos de la mano visitando el Parc Güell, una granja de animales o el aeropuerto, y no vemos esta misma imagen en el Palacio o la Ciudad de la Justicia?
Sobre si los ciudadanos comprenden la función de la justicia, de los jueces, abogados y procuradores, yo diría que no. En buen parte porque, a mi modo de ver, falta bastante de pedagogía cívica sobre todo en el momento más temprano de nuestra formación como personas, que es a donde quiero ir a parar.
Si a unos niños, pongamos entre 7 y 10 años, después de explicarles con el lenguaje apropiado qué es una servidumbre de luces y vistas entre dos edificios, se les preguntara qué es lo que pasaría si un vecino tapara al otro vecino aquellos huecos, raramente contestarían que deben ir a un juez acompañados de sus abogados para saber quien de los dos tiene razón. Lo que no es tan improbable es que contesten que ese otro vecino respondiera derribando por su cuenta el muro. En cambio, si en este mismo muestreo les preguntáramos acerca de cómo deberían actuar si papá o mamá se encuentran mal, o necesitan desplazarse al aeropuerto o solucionar una fuga en el desagüe de la lavadora, sabrían distinguir a un médico, taxista y fontanero. Y, sin embargo, y cada uno es libre de pensarlo de otra manera, ninguno de estos roles profesionales aporta al desarrollo del criterio ético o moral del niño tanto como conocer la función a la que sirven los jueces y abogados.
Como expuso hace años Piaget, la concienciación de este criterio no surge de un modo espontáneo, si no que se adquiere a través de un lento proceso de socialización en el cual la imitación de la conducta de los adultos que le rodean constituye una etapa preliminar. En este proceso el niño va paulatinamente adaptándose a una relación de autoridad y respecto unidireccional que podríamos ejemplificar en el “porque lo dice mamá”. En esta primera fase la moral del menor se desarrolla en unas relaciones de represión impuestas por esta autoridad que no admite discusión posible. Luego viene esa segunda etapa en la que, siguiendo al psicólogo suizo, se desarrolla el criterio moral a través del surgimiento de las relaciones de cooperación definidas por la igualdad y el respeto mutuo que en lugar de imponer unas reglas desde el exterior hacen surgir de su interior la conciencia de unos ideales que las controlan.
El proceso judicial no deja de ser una actividad de cooperación a nivel cívico. Y como tal creo que en este tránsito de una etapa a la otra no vendría mal, véase como una inversión a largo plazo, que en la educación impartida por las escuelas se enseñara, o cuando menos se hablara, de la justicia y de los profesionales que la hacen posible. Explicar a un menor, insisto, con el lenguaje adecuado, que cuando unos adultos discuten para dirimir una riña, como quién llegó primero a la cola, en lugar de pegarse acuden a un tercera persona llamada “juez”, y este les cita en su presencia para que cada uno cuente su versión de forma dialogada, escucha a otras personas que estaban presentes, que se llaman “testigos” y tras este acto del habla dicho juez emite y expone las razones de su decisión (“motivación”), lo que se está haciendo es, en fin, fomentar el desarrollo de las estructuras morales y lógico-formales del niño. Y viéndolo así, no puedo permanecer acrítico a todo ese derroche de contenido al que se destinan una parte de las competencias educativas de nuestros hijos pues, permítaseme decirlo, creo que hablarles de esas cosas contribuye a fortalecer la interacción social en mucha mayor medida que toda esa ingente variedad de “otras cosas” que, desde los afluentes de nuestros ríos a la estructura de las amebas, acaban olvidadas con el tiempo en las entrañas más profundas del cerebro humano.
Tal vez alguno podría oponerme que un niño no está preparado para este tipo de aprendizaje. Pues lo sorprendente es que habiendo tantos juegos que se venden en nuestras jugueterías o en las plataformas digitales imitando conductas competitivas (guerras, deportes, etc.), nadie haya inventado aún, que yo sepa, alguna forma de entretenimiento didáctico basado en el proceso judicial y orientado al desarrollo de estas estructuras.
Dicho todo esto, abogo por que se promuevan las excursiones escolares en los juzgados. Es más, pienso que esa imagen tan entrañable de los niños paseando con las mochilas por sus pasillos y salas de vistas, contribuiría ya de paso a humanizar las conciencias de algunos cuantos que lo hacen a diario.