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Desayuno con un abogado

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Justicia y ética profesional. Oda a la «divorcioneta»

Esta breve crónica transcurre en una bulliciosa plaza empedrada durante una mañana soleada de una primavera muy lejana. En uno de sus rincones se alza un puesto engalanado con coloridos pendones y vistosas banderas al que acaba de arribar una pareja con semblante sombrío y pasos vacilantes. Un hombre ataviado con ropas refinadas y una sonrisa amistosa los recibe en brazos.

Abogado del desamor:¡ Hosanna, ilustre señor y dignísima dama! Decidme que es lo que aflige a vuestras almas y permitidme, como un humilde servidor del desamor, penetrar en las profundidades de vuestros espíritus como un trovador que entona sus más sombrías melodías en la corte del dolor.

Hombre: Nos atormenta, buen caballero, el yugo que nos encadena en un vínculo conyugal carente de amor y de esperanza.

Mujer: Así es, hemos llegado en busca de vuestro discernimiento y vuestros servicios para desasirnos de esta pesadumbre.

Abogado del desamor: ¡Ah, el melodioso lamento de la desavenencia conyugal! ¿Quién podría resistirse a su llamada? Mas temo deciros que mis servicios no son para los tímidos de bolsillo.

Hombre: Estamos prestos a desembolsar la suma que fuere menester por nuestra emancipación afectiva.

Mujer: Sí, aun si ello significa despojarnos de nuestras posesiones terrenales y vaciar nuestros cofres. (El ceño del hombre se curva en señal de preocupación por tanta generosidad)

Abogado del desamor: ¡Habláis con bravura, en verdad! Mas recordad, el precio de la libertad no se mide en monedas de oro, sino en el sacrificio de vuestro orgullo y en la renuncia a la quimera del amor perpetuo. (Con una sonrisa afable abre codiciosamente las manos con gesto teatral, como si estuviera revelando un tesoro oculto). ¿Estáis preparados para dar este paso?

Hombre: Lo estamos, buen señor. Nuestro afecto se ha desvanecido como una flor en invierno, y solo ansiamos proseguir nuestras vidas en sendas separadas.

Mujer: Así sea. Que esta caravana del desamor sea nuestro refugio en la tempestad, y que nuestras almas hallen sosiego en la disyunción.

Abogado del desamor: ¡Entonces, así sea! Sellad aquí vuestro destino, y que los fuegos de la discordia os guíen al encuentro de un nuevo amor. (Hace una reverencia elegante, sacándose el sombrero con gracia e inclinándose con respeto, y enseguida con la voz envuelta en la cadencia elocuente de un poeta prosigue). Os prometo que vuestro deseo será objeto de mi más ferviente atención y estudio. Dedicaré mis días y noches al análisis meticuloso de vuestra causa, desentrañando los hilos de vuestros infortunios con la misma paciencia del sabio alquimista que busca la fórmula para convertir el plomo en oro. Cada palabra, cada cláusula, será examinada con la lupa de la razón y el espíritu crítico de un filósofo antiguo, hasta alcanzar la resolución más justa y equitativa para ambos. Os aseguro que vuestro caso será mi prioridad, mi obra maestra en el vasto lienzo del universo jurídico. ¡Que la musa de la ley inspire mis acciones y que la divina providencia nos conduzca hacia el sol brillante de un nuevo amanecer, donde vuestros corazones, finalmente liberados de las cadenas del amor desdichado, puedan volver a latir con la promesa de un futuro radiante y libre de ataduras!

Con estas palabras, el abogado del desamor cierra su discurso, dejando a la pareja atónita ante la grandilocuencia de sus promesas y la magnificencia de sus palabras. Ahora, con paso firme y renovada esperanza, los desdichados esposos parten confiados en que su destino está en las manos expertas de este virtuoso defensor de la separación y la emancipación emocional.

*

Hay ciertas cosas que al contarlas invitan a la ironía y la «divorcioneta» es una de ellas. La imagen de esta «caravana del desamor» me hace pensar en esas ferias medievales cuando los mercaderes desplegaban sus exóticas mercancías para cautivar a los lugareños. Solo que en lugar de especies aromáticas y tejidos coloridos, el comerciante de esta moderna versión ofrece algo tan inusual como la disolución de los vínculos matrimoniales a precios competitivos (150 €) con frases rotuladas sacadas directamente de un manual de cinismo moderno: «Si la caravana del divorcio aparece ante ti, es porque la ocasión lo exige» o «Separados, pero felices«. Para quien no sepa de lo que estoy hablando diré que hace unos días leí la noticia de un despacho de abogados que ha adoptado esta estrategia poco convencional de comercializar sus servicios por las calles de nuestras ciudades con una furgoneta al estilo.

A mí me conmueve ver que alguien del ramo haya tenido la ocurrencia de simplificar la ruptura de los matrimonios en una transacción comercial en la que el dolor de los corazones rotos y los sueños deshechos se convierte en un negocio ambulante. Es una sensación parecida a la que me despiertan quienes en las salas de urgencias de los hospitales reparten sus tarjetas de visita como ofrendas silenciosas.

La justicia, que todos sabemos que es un concepto fundamental en la estructura social y legal de nuestra sociedad, no debería prestarse a fenómenos tan insidiosos de pura mercantilización que socavando sus cimientos dejan de lado la salvaguarda de los derechos humanos para priorizar su capacidad por generar ganancias. Y digo “fenómenos” en plural porque la comercialización de la justicia se manifiesta de otras muchas maneras que subyugan por igual la ética. Pienso, por ejemplo, en esos fondos de inversión, empresas especulativas y aplicaciones que con falso espíritu benefactor (“nuestra misión de democratizar el acceso a la justicia”) comercian con activos legales. O también en el paradigma importado de los Estados Unidos de las acciones colectivas, un negocio muy rentable con el que muchos bufetes de abogados se frotan las manos y para el que se recurre a una comercialización agresiva a través de anuncios en la televisión, la radio, internet o vallas publicitarias. Y en otro contexto también existe una forma de mercantilización de la justicia si pensamos en los jueces que se ven presionados para cumplir con ciertos objetivos de productividad impuestos por el sistema judicial. Aunque no sea puramente crematística en el sentido de un intercambio económico directo, cuando éstos se ven obligados a tomar decisiones rápidas y superficiales con el único propósito de cumplir con los ratios de productividad, el proceso judicial se convierte en un mero ejercicio de cumplimiento de objetivos numéricos.

Los promotores de estas y otras iniciativas de competencia desenfrenada e individualismo extremo padecen en verdad de una visión nihilista y egoísta de la existencia que explica, que no justifica, que sean capaces de banalizar la justicia reduciéndola a un simple cálculo de supervivencia o ventaja individual. Yo, táchenme de idealista o romántico, les diría que la verdadera grandeza humana radica no en la búsqueda egoísta del poder y la supervivencia a cualquier costo, sino en el compromiso ético. Pero lamentablemente son de ese tipo especial de personas que como no tienen escrúpulos se valen de esa apatía colectiva que se ha instalado en nuestra sociedad, o en el pensamiento de Zygmunt Bauman, de esa «modernidad líquida» caracterizada precisamente por la falta de compromiso moral y la ausencia de valores sólidos, donde la ética en todos sus planos se está convirtiendo en un mero adorno retórico y la vorágine del consumismo y la competencia desmedida está arrasando con todo a su paso. Como la “divorcioneta”.

Llegados hasta aquí, asumo la insignificancia de mi voz pero me reconforta la idea de dejar expresado aquí este testimonio de rebeldía frente a la normalización de una realidad cuyo destino es impredecible. A saber si en este futuro dominado por la automatización y la inteligencia artificial en vez de mercaderes acabaremos viendo en las plazas de nuestra ciudad máquinas de inteligencia artificial que como las que hoy ofrecen bebidas, bocadillos o productos de higiene personal, nos dispensen sentencias a un módico precio.

*

Expendedor de sentencias. – ¡Saludos, distinguidos ciudadano y ciudadana! ¿Cuál es la naturaleza de la aflicción que pesa sobre sus corazones? Permítanme resuelva su problema analizando datos y patrones emocionales con la precisión de un algoritmo diseñado para encontrar al momento soluciones óptimas y eficaces. (La máquina realiza una simulación de reverencia con una imagen holográfica en la pantalla, y continúa con la voz envuelta en la cadencia elocuente de un algoritmo poético. Tras realizar un análisis con biosensores, el Expendedor de Sentencias muestra un mensaje de «Analizando Datos» mientras se escucha el sonido de procesamiento en segundo plano).

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