Hubo un tiempo en que el falsario necesitaba tinta y papel, sellos y firmas, para usurpar otra identidad. El engaño exigía disfraz, y el impostor, con gesto y voz, debía sostener su farsa sobre el escenario del mundo. Mas hoy, sin máscara ni artificio, el embaucador se apropia del ser ajeno con un simple susurro digital. Con un solo clic, atraviesa distancias imposibles y se viste con tu identidad sin que percibas su roce. En las redes, en los correos furtivos, en el laberinto de la banca...
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Tarditas et ius: advocatus in Itinere
Si te apasiona descubrir el lado divertido de la jurisprudencia y disfrutar de relatos que combinan lo legal con lo inesperado, este espacio es para ti.
Estampas domésticas (3)
Del dicho al hecho, hay mucho trecho... y la justicia vive en ese camino intermedio.