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Desayuno con un abogado

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La monotonía de lo indiferente

Un minuto de conclusiones”: el tiempo de los jueces que corre en contra de abogados y representados

Tras una hora de juicio, el juez, un hombre de semblante grave y con los ojos marcados por el cansancio, se dispone a escuchar las conclusiones del abogado demandante. “Un minuto para sus conclusiones,” le dice con voz solemne.

El abogado endereza la espalda y mira ceremoniosamente a su alrededor. Con una parsimonia deliberada dedica unos segundos a asegurarse de que los pliegues de su toga caigan con impecable simetría. Alisa la tela con una mano y con la precisión de un escultor dando el último toque a su obra sacude una invisible mota de polvo de una de las mangas. Acto seguido, como un actor en el preludio de su actuación más importante, empieza a ordenar los papeles esparcidos sobre la mesa. El susurro del papel se mezcla con el murmullo del público que aguarda con inquietud y al poco eleva con un gesto ensayado la mirada escudriñando esos rostros ansiosos antes de fijarla finalmente en el juez. Carraspea suavemente ajustando su voz para la oratoria sublime que está a punto de desplegar. Sus ojos, centelleantes con una luz de vanidad contenida, recorren la sala antes de posarse en él. Con un gesto pletórico de cortesía inclina levemente la cabeza y pronuncia: “Con la venia, su señoría…”

Mas antes de que pueda proseguir, la voz del juez, implacable como un trueno, corta el aire: “Su minuto ha pasado, abogado”.

*

El subtitulo aparecido recientemente en un portal de noticia jurídicas me evoca situaciones que he experimentado en alguna ocasión. A veces mostrada igual de abiertamente, otras con miradas furtivas del juez a su reloj acompañadas del latiguillo: “vaya terminando, letrado”. Me pregunto qué sensación despertaría en estos jueces si en la situación de necesitar un abogado por razones personales oyeran decir esto al juez que tiene que juzgarlos.

Es comprensible que los jueces prefieran a los abogados concisos en sus argumentos, ya que esto suele ser una señal de eficiencia y brevedad. Sin embargo los clientes valoran las cualidades de un abogado de manera opuesta. Para ellos estas cualidades, como por supuesto los honorarios meritados, a menudo se relacionan con escritos y oratorias largas y prolijas. 

Brevedad y claridad son virtudes muy apreciadas en la oratoria de los abogados de la que poco se nos enseñaba en la facultad. No obstante estas cualidades a veces entran en conflicto, ya que no siempre es posible presentar los argumentos de manera clara sin contar con el tiempo necesario para desarrollarlos adecuadamente. En esta disyuntiva, prefiero seguir las enseñanzas del renombrado jurista Piero Calamandrei:

«El abogado debe saber sugerir al juez tan discretamente los argumentos que le den la razón, que lo deje en la convicción de que los ha encontrado por sí mismo«.

A todo esto, tengo para mí que el trámite de conclusiones, esa etapa final del proceso donde el destino del pleito se concentra en un último y decisivo esfuerzo es, en ocasiones, un espacio de tiempo malgastado. Es la monotonía de lo indiferente. Mientras unos hablan esforzándose por ser oídos, otros, aparentemente parecen más atentos a las manecillas del reloj. Lo llamativo es que los abogados, aun cuando esta indiferencia se vuelva manifiesta, persistamos en la teatralidad, aferrándonos a la esperanza de que una frase, un giro inesperado, pueda concitar la atención del juez.

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