Hay dos tipos de abogados según su forma de proceder al recibir una sentencia: los masoquistas y los dopaminérgicos.
No frecuentan los primeros, y como sugiere su nombre se distinguen porque encuentran placer en el sufrimiento contenido de la espera y la incertidumbre. Se sumergen en el texto de la sentencia, explorando cada detalle con meticulosidad y deleite, y prefieren descubrir el sentido del fallo saboreando cada línea desde los antecedentes hasta sus fundamentos jurídicos, salvo cuando estos empiezan a volverse amargos. Cuando esto ocurre entonces hacen como los dopaminérgicos, los mayoritarios, que son los que buscan el desenlace de forma rápida y efímera, sin torturas innecesarias, esto es, van directos al grano, al fallo.
Al reflexionar sobre este contraste entre estos dos tipos de abogados, me surgen ciertas dudas sobre la estructura de las sentencias tal como vienen configuradas por el artículo 209 de la LEC. Según este artículo, las sentencias deben comprender, por este orden, el encabezamiento, los antecedentes, los fundamentos y el fallo. Pero pensando en la mayoría, los dopaminérgicos, propongo una ida bastante simple: ¿por qué no colocar el veredicto al inicio de las resoluciones judiciales?
