En un juicio solemne, en una sala austera,
Dos letrados se enzarzan, con pasión sincera.
Uno acusa al otro de tramposo,
El otro, rabioso, de mentiroso.
«¡Tramposo, embustero!», clama uno con encono sin fin,
El otro replica, «¡Mentiroso, vil!», en un tono crujiente y ruin.
Así en ese juicio, con argumentos afilados,
Se enfrentan los letrados en un duelo animado.
El juez en su silla y con mirada aguda,
Sorprendido escucha, la escena tan cruda.
Y al fin declara, en tono imparcial:
«Los letrados se han presentado, prosigamos, sin mal
Ruego con argumentos con gran caudal.
En esta escena de leyes y argucias del pensar
Que la justicia pueda triunfar.»
En un tribunal de justicia las maneras de un abogado pueden tener un impacto significativo en el resultado del caso. La vociferación y la violencia repentina no son signos de verdadero valor o determinación; más bien, a menudo indican una falta de control emocional y una incapacidad para lidiar con la presión de manera efectiva. En lugar de impresionar a los jueces o al jurado, tales comportamientos pueden alienar a los clientes y socavar su credibilidad. Ser un buen abogado va más allá de conocer las leyes y los argumentos legales. Requiere una combinación de pasión, control emocional, habilidades de comunicación efectiva y un comportamiento ejemplar. La nobleza y el equilibrio en la práctica legal son esenciales para lograr un sistema judicial efectivo y justo.
In memoriam:
A lo largo de los años, he observado a ciertos abogados que, al escucharme hablar, han mostrado su descontento de diversas maneras: frunciendo el ceño, gesticulando exageradamente, suspirando, bufando, apretando los dientes o, lo peor de todo, interrumpiéndome con risas.
«Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse» (Apóstol Santiago 1:19).