En ocasiones de apartado recogimiento durante el desayuno me da por girar ininterrumpidamente la cucharilla en el café, generalmente en sentido contrario a las agujas del reloj. Es una rareza que me viene de lejos y para la que apelo al movimiento de la Tierra; esto es, al hecho de que el reloj, y por tanto el movimiento de sus agujas, es algo impuesto por el hombre, nada natural.
De cosas poco naturales, y a propósito del ut vere breviter et ornate dicant del que hablé en un reciente post, me viene al recuerdo la siguiente anécdota.
De esto hace mucho tiempo, cuando las apelaciones civiles eran orales en presencia de tres magistrados y en la solemnidad de una de las salas del Palacio de Justicia. En una de ellas, ese día, el magistrado que la presidía al terminar la vista reclamó mi presencia justo cuando los demás abogados y yo teníamos un pie fuera. Así que me volví, fui al estrado, me acerqué a él, se levantó y nos estrechamos la mano. La ligazón que nos unía era el motivo por el que me había distinguido con el mismo saludo afable y amigable que nos dábamos cuando coincidíamos en las actividades extraescolares de nuestros hijos.
Cuando se trata de contar chismes aludos a la imagen de este hombre ceremoniosamente vestido para la ocasión con una camisa blanca y una corbata negra, y con la toga perfectamente encajada. Esto porque a resguardo de esta formalidad, oculto en el estrado jerárquico, en ese espacio de dimensiones majestuosas y un decorado maravilloso, con altos ventanales ornados de vidrieras, paredes tapizadas de terciopelo y cortinas a juego, había oculto el sello transgresor de unas bermudas. Estábamos a finales de julio.
Me quedé sorprendido, ojiplático, sin poder apartar la mirada del estridente estampado con motivos caribeños de esos pantalones que llevaba puestos por debajo de la mesa.
Con la edad, lo que ganas en dignidad lo pierdes en buen gusto.
Este entrañable recuerdo me ha venido a la cabeza por el derroche de citas, aforismos y otras perlas de sabiduría con las que el abogado contrario, respaldado por la infinita paciencia de la jueza, ha engalanado esta mañana sus conclusiones para alargarlas hasta rayar la hora.
En cosas de juicios, no conviene ornamentarse con florituras. A veces pueden acabar alejándote del medio.