Hace unos días tuve ocasión de leer la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Valencia, Sala de lo Social, de 10/01/2023 (nº de recurso 2597/2022, nº 56/2023). Leyéndola me vino a la mente el conocido relato de la tradición judeocristiana que nos cuenta que Eva, en un acto de osadía, mordió la manzana prohibida y desató la ira de Dios. Como ya sabemos, este gesto se ha interpretado durante siglos como el primer gran crimen de la historia y como un símbolo del pecado original, de la pérdida de la inocencia y del castigo despiadado por la desobediencia divina.
En este caso que traigo aquí no hay serpientes ni jardines celestiales; solo una hamburguesa, una trabajadora de una conocida cadena de supermercados (pongamos que aquí todos podemos imaginar cuál), y una buena dosis de absurdo empresarial.
La cosa va así: una trabajadora a las 21:30 da un mordisco fugaz a una hamburguesa que ya ha sido contabilizada como residuo. Apenas un instante, pues al ser reprendida por su superior la desecha de inmediato. La hamburguesa ya no pertenecía al mundo de los objetos vendibles; su existencia mercantil había trascendido para convertirse en basura.
Sin embargo, el mordisco es interpretado como un acto de insubordinación, un desafío a la soberanía empresarial, una transgresión de la liturgia disciplinaria, de la sacralidad del despilfarro que regula el paso de los bienes al olvido. En este propósito, la empresa calificó el suceso como «hurto» y, estirando aún más los límites del sentido común, como «apropiación indebida». El castigo sigue la lógica del Génesis: la trabajadora se atrevió a probar el fruto prohibido, y aunque no fue expulsada del Paraíso (porque, seamos honestos, ¿qué clase de paraíso es un trabajo donde despedir a alguien por un simple bocado a un desecho es siquiera una posibilidad?), sí fue condenada al escarnio de un despido.
La cuestión que subyace en este caso no es trivial; tiene una dimensión ontológica y económica que expone una de las paradojas del sistema capitalista: ¿qué es en esencia una hamburguesa que ha sido condenada a la basura? ¿Sigue siendo un bien susceptible de propiedad? La empresa sostuvo que sí, que incluso en su estado de residuo el producto seguía bajo su control. Sin embargo, esta afirmación entra en contradicción con la propia lógica mercantil que rige el valor de los bienes. Al ser desechada, la hamburguesa dejó de ser una mercancía, quedó fuera del circuito de intercambio y pasó a formar parte del reino de lo inútil. Pero la empresa sostiene que su autoridad se extiende incluso sobre aquello a lo que ha privado de valor, en un ejercicio de control que no busca proteger su patrimonio sino reafirmar su dominio simbólico sobre la conducta de sus empleados.
Por su parte, la trabajadora al dar el bocado a la hamburguesa hizo algo casi poético: la sustrajo del olvido y la reintegró a su propósito esencial. Diría incluso que, aunque no fuera su propósito, este acto fue una forma de resistencia instintiva ante una norma absurda, una subversión espontánea al culto del despilfarro que tan cómodamente hemos aceptado en esta sociedad. En fin, una síntesis hegeliana que reconcilia la contradicción entre el descarte y la utilidad, entre la imposición del sistema y una de las necesidades humanas más básicas.
Afortunadamente, la sentencia, confirmando la dictada por el Juzgado, resuelve este dilema con claridad y sensatez, y lo hace con este trasfondo ontológico que desmonta esa paradoja empresarial: lo que no tiene valor no puede ser objeto de hurto ni de apropiación indebida.
La Sala comparte el criterio del juzgador de instancia, entendiendo que los hechos no son incardinarles en la tipificación de falta muy grave, en tanto que desde las 21.30 horas, el producto ya estaba calificado como sobrante no apto para venta al público, y destino basura, con valor cero euros (.) no sería una apropiación indebida, sino un bocado a una hamburguesa que va a ir a la basura.
A mi este caso me hace pensar en el delirio con el que algunas empresas hacen uso de su poder disciplinario, una tendencia que quizás no sea más que una manifestación de esta sociedad líquida donde las certezas se diluyen y los límites entre lo correcto y lo absurdo se desdibujan cada vez con mayor facilidad. Porque, ¿alguien puede cuestionar que no solo es absurdo desperdiciar comida, sino también criminalizar a quien, impulsado por la más básica de las necesidades humanas, osa quebrantar el sagrado mandato del despilfarro para calmar el hambre con lo que ya estaba destinado al olvido?



