En su obra «Casa desolada», Charles Dickens a través de un intrigante mundo de conflictos internos y dilemas morales nos ofrece su visión sobre quienes guiados por un deseo de justicia se encuentran atrapados en los laberintos aparentemente impenetrables del sistema legal. La siguiente cita resume con palabras conmovedoras la idea de que para alcanzar la felicidad el camino más sabio no es precisamente recurrir siempre a los tribunales.
“La ley es una causa de preocupación y ansiedad para hacer lo correcto, que se convierte en una enfermedad crónica. La ley es una especie de expediente que se ha vuelto tan complicado que, si uno quiere ir al cielo por el camino de la ley, es más que probable que se desespere en el camino y se suicide.”
El pleito comporta una relación cargada de tensiones emocionales. Es una experiencia altamente tensional en la medida en que cada litigante vive la conducta del otro como una agresión, y sus efectos con una terrible angustia, típica, al fin y al cabo, de toda situación competitiva, en donde siempre habrá uno que termine frustrado. Las manifestaciones externas de esta angustia la percibimos diariamente los abogados: alteraciones o disfunciones somáticas, testarudez, desconfianza paranoide, propuestas de soborno, calumnias sobre prevaricación, altanería, visitas, llamadas o mensajes al móvil de índole compulsiva.
La expresión “dramatización de los orígenes del proceso” que emplean muchos historiadores del derecho se prolonga hasta nuestros días, porque el proceso como sucedáneo de lucha física, no ha dejado en modo alguno de ser un juego dramático. El litigante vive su angustiosa situación de incertidumbre frente al resultado de ese juego como un miedo, naturalmente simbólico e irracional, a perder la integridad de su cuerpo, o en un plano más consciente, como un miedo a perder lo que tiene y lo valoriza ante los demás. Las expresiones externas de la ansiedad del cliente las observamos diariamente todos los abogados en su quehacer diario, manifestándose a través de alteraciones o disfunciones físicas, actitudes obstinadas, desconfianza paranoide, arrogancia, así como en visitas o llamadas telefónicas compulsivas, entre otros comportamientos. Esta tensión dramática no se limita únicamente a los litigantes; de hecho, se proyecta también sobre el propio juez por cuanto siendo un ser humano no puede desvincularse por completo de su subjetividad personal. En este sentido, puede decirse que la compleja red de interacciones psicológicas entre abogados, clientes y jueces teje un entramado emocional que de un modo u otro afecta de manera significativa en el desenvolvimiento del proceso.