¿Hacia qué cavernas de resentimiento e incivismo van estos conflictos?
La lentitud de la justicia no es simplemente un inconveniente burocrático; para quienes se ven inmersos en la experiencia de un pleito es un fenómeno que tiene profundas implicaciones emocionales y psicológicas. Se trata de un factor que puede alterar significativamente el estado de la persona convirtiendo lo que debería ser un camino hacia la resolución en una travesía emocionalmente agotadora y, en muchos casos, desesperanzadora. La proverbial lentitud de la justicia a veces llega al extremo de hacer perder a los justiciables hasta la noción de lo que en una fecha lejana empezaron a pretender; e incluso puede terminar por fatigar a los contendientes, en algunos casos haciendo desaparecer el impulso agresivo, y en otros también su causa, esto es, el interés inicial.
Paradójicamente para algunos ver como se desliza la arena entre los dedos puede constituir un mecanismo apaciguador de pasiones, una especie de amortiguador emocional que mitiga la intensidad de los conflictos legales a medida que se alarga el tiempo de espera. Pero atribuir a la lentitud de la justicia esta virtud balsámica es una forma muy pedestre de tratar el problema psicológico que acompaña al ciudadano, porque tanta pasión hay en la agresividad que se va como en el resentimiento que se queda. Es cierto que en la espera se diluye la intensidad de la aflicción, pero no por ello desaparece el sufrimiento pues este más bien se agazapa en el interior de la persona alimentando un resentimiento sordo y persistente que se arraiga con cada día de espera.
Uno no puede evitar preguntarse cuántas personas en situaciones similares han optado por abandonar la búsqueda de justicia ante la abrumadora lentitud del sistema legal. ¿Hacia qué cavernas de resentimiento e incivismo van a parar estos conflictos?
