Los lunes y viernes, mi horario hace un trato curioso.
El lunes aún sonrío al fin de semana glorioso.
Los viernes susurro «¡ya está aquí!», con ánimo juguetón,
Pero en medio, martes, miércoles y jueves me requieren presencia y dedicación.
Los lunes y los viernes parecen esconder un misterio. Estos días el silencio suele apoderarse de las salas de vistas, contrariamente a lo que sucede los martes, miércoles y jueves. ¿Qué oscuro secreto puede estar detrás de esta extraña tradición? Este fenómeno ha dado lugar a innumerables especulaciones y teorías que se han transmitido a lo largo del tiempo en los pasillos del Palacio de Justicia.
Algunos entre los más veteranos aluden a un antiguo pacto que data de épocas remotas, y otros a una antigua profecía. También he oído alusiones a un mito sobre alineamientos astrales y también a cierta influencia de una figura enigmática que, reconociendo la importancia del descanso y la reflexión, instauró este ritmo particular en el calendario judicial.
Esto es un reconocimiento a esos jueces y juezas que acuden a los juzgados los martes por las mañanas arrastrando pesados maletines. En ellos hay expedientes y cada uno es un pequeño universo, lleno de historias entrelazadas y verdades que anhelaban ser desveladas en sentencias. Estos hombres y mujeres han abierto los expedientes en sus hogares, y rodeados por códigos y jurisprudencia y con la lumbre de una lámpara como testigo han desentrañado cada una de las pruebas y los argumentos para dictar un veredicto. En mi deseo va que al acabar esta loable tarea encontraran el reposo en el abrazo cálido de la conciliación familiar.