Los jueces deberían redactar sus sentencias pensando que el destinatario es el cliente, no el abogado.
El juez también puede realizar una labor de didáctica jurídica a través de la sentencia. Ello, naturalmente, significa que en un principio el cliente pese a carecer de razón legal y jurídica no renunció al combate judicial como medio para satisfacer sus pretensiones. Y, por supuesto, que la didáctica del abogado – si es que existió – no pudo persuadirle a tiempo de lo injusto o irrealizable de dichas pretensiones. Pero precisamente por tales motivos la sentencia se nos aparece ahora como una segunda, última y acuciante oportunidad de recuperación social del cliente. Después de ella, suponiendo lógicamente que le sea desfavorable, nadie puede prever hasta qué extremos de corrosión puede alcanzar la frustración del sentimiento de justicia.
De aquí dimana una imperativa exigencia: la sentencia debe aspirar a convencer, pero no tanto al abogado, como al cliente.
Reflexiono sobre esto porque en la práctica estamos acostumbrados a enfrentarnos con sentencias llenas de tecnicismos, con expresiones obsoletas o con una densidad doctrinal de tal naturaleza que a veces terminan olvidándose hasta del propio conflicto humano que motivó el proceso, pareciendo que su autor sólo ha querido aprovecharse de esa oportunidad para lucir y publicitar sus particulares méritos.
Y qué decir de aquellas otras resoluciones judiciales que se decantan hacia el polo opuesto, es decir, que nos presentan unos considerandos esquemáticos y estereotipados, carentes de la más mínima y singular motivación. Es lamentable que unos documentos de tan esencial relevancia, que contienen verdaderos actos volitivos encaminados a modificar de algún modo el status patrimonial o personal de un individuo, se olviden a menudo de que su destinatario final es, al fin y al cabo, un señor de carne y hueso cuya libertad debe intentarse limitar no a través de la coacción, sino de la persuasión.
En esta labor de persuasión la palabra juega un papel muy importante del que hablo en este otro post: La seducción de la palabra.