¡Me han despedido después de veinte años!
Un cliente entra en la consulta con una carta de despido de su empresa y, sin siquiera haber discutido las posibles soluciones legales, exclama con indignación: «¡Mire qué injusticia, me han despedido!»
Los ciudadanos ante situaciones como estas suelen experimentar este sentimiento de injusticia a través de dos perspectivas complementarias. Por un lado, perciben su propia vulnerabilidad o minusvalía. Por otro lado, también ve la situación como una agresión externa, un acto de maldad por parte de la empresa, que interpretan como una «falta de amor» y un atentado directo contra su “yo”.
La manera con que el cliente vive el conflicto está estrechamente vinculada a su concepto sobre lo justo. Él aspira a que la solución aplicada por el tercero sea una solución justa y que ésta, claro está, sea la que le favorezca, mientras que su contrincante concibe que la única solución justa es la que le dé la razón. Como la solución, en la mayoría de los casos, sólo puede decantarse de un lado, de lo que podemos darnos cuenta es que la idea de lo justo es una mera expresión emocional. Cuando una persona dice “estoy en contra de esta regla porque es injusta”, lo que debería decir es “esta regla es justa porque estoy en contra de ella”.
La idea de lo justo no siempre es objetiva y constituye muchas veces una manifestación emocional que refleja los intereses y sentimientos de cada parte involucrada. En realidad, cuando alguien clama que una regla es injusta o que una situación es una «terrible injusticia», lo que está haciendo es una especie de protesta emocional, un golpe sobre la mesa que busca ser escuchado. Si este golpe es suficientemente fuerte e insistente puede acabar generando una resonancia emocional significativa que provoque reacciones, que van desde la frustración hasta trastornos psicológicos e incluso patologías en los casos más extremos.
Sentirse objeto de una “terrible injusticia” es, en el fondo, sentirse socialmente marginado, disminuido, abandonado. Pensemos que la expresión “tutela judicial” o “todo el mundo tiene derecho a ser tutelado por el derecho”, es una locución técnica acuñada por los juristas, pero con una intención analógica harto expresiva porque la tutela es un instituto legal destinado precisamente a velar por los menores de edad, los dementes y desvalidos.