¿Qué puede hacer un hombre normal, no demasiado místico ni alienado, si de repente alguien lesiona sus derechos?
Más o menos puede hacer alguna de estas cuatro cosas.
La primera, aguantarse, esto es , lo que se dice «morderse la lengua». A veces, la opción más sencilla es simplemente aguantarse. Pero ojo, no hay que abusar de esta estrategia; reprimir constantemente nuestras emociones puede llevar a un cabreo monumental.
La segunda, tomarse la justicia por la mano. Antes de lanzarse a lo loco, conviene considerar las posibles consecuencias. Como dijo Confucio, “Antes de embarcarte en un viaje de venganza, cava dos tumbas”.
La tercera, transigir, llegar a un «mal acuerdo» (porque los «buenos arreglos» sólo pueden darse entre gente igual, y sabido es que existen en este mundo demasiadas desigualdades que impiden que el arreglo pueda resultar equivalente).
Y, la última, someter las desavenencias al juicio o la mediación de un tercero imparcial (juez, árbitro, mediador…), a base de un diálogo y de unas reglas organizadas. Vamos, algo así como tener a un árbitro en un partido de fútbol. Claro que a veces éstos más que apaciguar acaban liándola parda.