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Desayuno con un abogado

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El sainete de Marcelo Paiva Bolado: un juicio con fumarola

El sainete de Marcelo Paiva Bolado: un juicio con fumarola

Personajes:

  • Marcelo Paiva Bolado: El acusado, un hombre de mediana edad y de aspecto desaliñado, camiseta de colores chillones y actitud despreocupada.
  • Don Pedro: El juez, un hombre serio y rígido, con muchas ojeras, agotado tras una larga mañana de juicios. Intenta mantener la compostura, pero ya se nota que la paciencia no es su fuerte.
  • Don Rodrigo: El fiscal, enérgico y de voz imponente y gestos grandilocuentes. Es el tipo de persona que nunca deja pasar una oportunidad para sermonear.
  • Don Lorenzo: El defensor de oficio, un hombre que tropieza con sus palabras, algo torpe pero con buenas intenciones. No es exactamente brillante, pero es leal y trata de hacer su trabajo lo mejor que puede.

Escena Única: La sala del tribunal

Don Pedro entra en la sala, dando un sonoro mazazo en el estrado. Su rostro ya es un poema de pura exasperación. Con un tono solemne pero claramente agotado:

¡Se abre la sesión en el caso de Don Marcelo Paiva Bolado! Señor Paiva Bolado, ¿está usted listo para declarar?

Marcelo, con una sonrisa de oreja a oreja, casi como si acabara de saludar a un viejo amigo en la barra de un bar:

¡Mucho gusto, caballero! ¿Y usted cómo se llama?

El juez se queda petrificado, su rostro una mezcla de asombro y una pizca de incredulidad. Parpadeando lentamente:

¿Perdón? ¿Cómo ha dicho?

Marcelo: Pues sí, si voy a ser juzgado, lo mínimo es saber cómo se llama el juez, ¿no? Es de buena educación, digo yo.

Don Pedro, con el tono seco :

No procede.

Marcelo se encoge de hombros, su gesto diciendo «bueno, si usted lo dice»:

A mí siempre me ha gustado saber con quién hablo, más que nada por eso de la cortesía… Pero bueno, cada uno con sus maneras.

Don Pedro, tomando aire profundo, intentando mantener la compostura:

Sigamos… Señor Paiva Bolado, ¿está usted preparado para declarar?

Marcelo, con una sonrisa aún más grande, sacando con una calma pasmosa un cigarro de marihuana del bolsillo:

¡Claro que sí, señor! Pero… antes de comenzar… ¿Qué tal si me doy una pausita rápida, eh? Para… ya sabe… relajarme. (Prende el cigarro con toda la pachorra del mundo.

La sala queda en silencio, tanto que se podría escuchar caer un alfiler. Don Lorenzo y Don Rodrigo intercambian miradas confundidas, mientras Don Pedro, que está ahora revisando unos papeles levanta la cabeza al oír el chisporroteo del encendedor. Con los ojos abiertos de par en par, como si no creyera lo que está viendo:

¡¿Qué está haciendo, señor Paiva Bolado?! ¡Esto es un tribunal, no una fiesta en Ibiza!

Marcelo da una calada larga, soltando el humo en perfectos anillos, como si estuviera de vacaciones en la playa:

Tranquilo, hombre. Si me van a juzgar, lo mínimo es que esté cómodo, ¿no? Así, con la mente clara, el corazón contento, y bueno… un poco de humo siempre ayuda a ver las cosas desde otra perspectiva, ¿no cree?

Don Pedro, visiblemente sudando, saca un pañuelo y se seca la frente:

¡Señor Paiva Bolado! ¡Esto… esto es un juicio serio!

Marcelo, dando otra calada, mirando a Don Pedro con aire comprensivo:

Mire, Don Pedro, usted y yo sabemos que la vida es demasiado corta para tomársela tan a pecho. Un poco de relajo no hace mal a nadie.

Don Pedro, al borde de un ataque, golpea el mazo pero el sonido no tiene ni la mitad de la fuerza que esperaba:

¡Esto es inaceptable!¡Señor Paiva Bolado, ¿ha perdido usted el juicio? ¡Esto es muy grave!

Marcelo: Mire, don …Yo he perdido muchas cosas, las llaves de mi coche, a mi exesposa, hasta la cartera la semana pasada… pero la razón… esa nunca la tuve. Y sobre la gravedad… (da una calada y se reclina) ahora mismo, me siento bastante liviano.

(El público, que hasta ahora había estado conteniendo la respiración, comienza a murmurar. Algunos incluso sueltan una carcajada reprimida. Un hombre calvo, al borde del llanto por la risa, se limpia las lágrimas mientras su acompañante le da codazos, tratando de parecer seria. Don Pedro, furioso, se levanta bruscamente de su asiento, como si fuera a abalanzarse sobre Marcelo, pero se detiene a medio camino y se limpia la frente nuevamente con el pañuelo)

Don Rodrigo, sin solicitar la venia, entre en escena con la cara casi morada:

¡Esto es una ofensa a la justicia! ¡Un despropósito! ¡Este hombre no puede estar en sus cabales!

Marcelo lo mira con cara de «otra vez lo mismo». Con un tono tranquilo, casi dulce:

Encantado, señor. ¿Y usted cómo se llama?

Don Rodrigo, atónito: Eso… no procede.

Don Pedro, mirando con furia a Don Rodrigo:

¡Eso lo decido yo!

Marcelo, mirando a los dos

Eh, relájense, que no es para tanto. No se vayan a pelear ahora entre ustedes.

Don Pedro, arqueando las cejas:

¡No procede!

Don Marcelo: Debería proceder… Digo yo, para saber quién me está gritando así con tanto entusiasmo.

Don Rodrigo: ¡Soy el fiscal! ¡Eso es lo único que necesita saber!

Don Marcelo: entonces le llamaré Don Señor Fiscal.

Don Lorenzo, tratando de encontrar las palabras adecuadas, aunque claramente en apuros, se decide a intervenir:

Marcelo… vamos a calmarnos… Marcelo…

Don Pedro golpea el mazo con más fuerza esta vez, haciendo eco en toda la sala:

¡Basta de tonterías! ¡Esto ha llegado demasiado lejos! ¡Se procederá de inmediato con la evaluación psiquiátrica de este hombre! ¡Se levanta la sesión!

Marcelo da una última calada, se levanta despacio y, con una sonrisa relajada, saluda:

Encantado…señor Juez…Encantado…señor fiscal…hasta luego Lorenzo.

Mientras Marcelo es escoltado hacia la salida, sigue lanzando miradas cómplices al público, que no puede contener la risa. Don Pedro se deja caer en su asiento, agotado, mientras Don Rodrigo sigue murmurando entre dientes, completamente desquiciado.

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