Negación, ira, depresión … ¿Cómo gestionar una sentencia adversa?
La labor del abogado ha sido tradicionalmente concebida como una función técnico-jurídica centrada, en su concepción clásica y más popular, en la defensa de los derechos de sus clientes en los procesos judiciales. La realidad de la práctica profesional muestra sin embargo que el rol del abogado trasciende el ámbito puramente legal para adentrarse en el terreno de lo emocional y psicológico, especialmente en situaciones de fallos adversos.
En estas apretadas líneas exploro la dimensión emocional de la relación abogado-cliente y la importancia de una gestión integral que considere tanto el aspecto legal como el psicológico.
La gestión del duelo
Cuando un cliente recibe un fallo adverso la reacción emocional que se desencadena puede ser tan intensa que llega a compararse con el proceso de duelo que experimenta una persona tras la pérdida de un ser querido. Esta comparación no es exagerada, ya que las expectativas, la inversión emocional y el estrés que se acumulan durante un litigio pueden hacer que un resultado desfavorable se perciba como una pérdida significativa. El cliente puede entonces atravesar las etapas clásicas del duelo: negación, ira, depresión y, finalmente, aceptación.
Al igual que un terapeuta guía a su paciente a través de las etapas del duelo, un abogado debe estar preparado para reconocer y abordar cada una de estas fases proporcionando el apoyo necesario para que la transición hacia la aceptación del fallo sea lo más fluida posible.
Por ejemplo, un abogado que representa a una persona en un caso de despido laboral no solo debe preocuparse por los aspectos legales del caso, sino también por el impacto emocional que la pérdida del empleo tiene en la autoestima y bienestar del cliente. Si carece de las habilidades necesarias para manejar estas emociones, es posible que éste tome decisiones impulsivas o irracionales, como aceptar un mal acuerdo por desesperación. O, pongamos otro ejemplo, el de un abogado que representa a una madre en una disputa por la custodia de sus hijos y que se enfrenta a un fallo judicial que concede la custodia compartida en lugar de la custodia exclusiva que ella deseaba. Al recibir la noticia la cliente entra en una fase de negación que le mueve a interpretar que el juez no ha entendido su caso o que su abogado no ha sabido llevarlo correctamente; se siente frustrada y traicionada tanto por el sistema judicial como por su contraparte. En estas circunstancias el abogado debe dedicar una parte de este tiempo inmediatamente posterior a explicarle el fallo, el contexto del mismo y las razones por las que el tribunal decidió de esa manera. Pero también debe aprovechar una parte de este tiempo a informarle de los pasos a seguir y de cómo puede manejar mejor la nueva realidad de la custodia compartida.
La función terapéutica del abogado
La capacidad del abogado para cumplir con este rol depende en gran medida de su habilidad para comunicarse de manera efectiva y empática. Es esencial que desarrolle una comunicación clara y comprensible, desglosando el razonamiento jurídico detrás de la sentencia para que el cliente pueda entender la lógica que subyace al fallo, incluso si no está de acuerdo con el o siente que contradice el sentido común. Un cliente que se siente escuchado y comprendido, que ve que su abogado no solo está preocupado por el resultado del caso sino también por su bienestar emocional, es más probable que acepte el resultado judicial con mayor serenidad.
La comunicación empática
La empatía y la habilidad comunicativa del abogado son herramientas esenciales para la gestión emocional del cliente. Un abogado empático que es capaz de adaptar su lenguaje y enfoque a las necesidades emocionales del cliente puede proporcionarle un espacio seguro donde éste pueda expresar mucho mejor sus sentimientos y preocupaciones.
Lamentablemente son pocos los abogados que poseen una formación sólida en inteligencia emocional y en técnicas de comunicación empática, habilidades que son fundamentales para una gestión integral y efectiva de la relación con sus clientes. El coeficiente intelectual y las habilidades técnicas son importantes para la profesión, pero la inteligencia emocional es el factor más decisivo en el éxito profesional y personal. Sin embargo, esto no se enseña en nuestras facultades y a menudo los abogados se ven obligados a desarrollar estas competencias con el paso del tiempo, a través de la experiencia directa en el ejercicio de la profesión y, en muchos casos, mediante una fuerte vocación de servicio y empatía hacia sus clientes.
Aquellos abogados que logran cultivar estas habilidades, ya sea de manera autodidacta o a través de formación complementaria, se encuentran en una posición mucho más ventajosa para manejar las complejas dinámicas emocionales que surgen en los litigios. Además, si cuentan con una red de apoyo que incluya psicólogos o terapeutas a quienes derivar a sus clientes cuando se haga necesario, se facilita considerablemente la gestión de las emociones y, sobre todo, la toma de decisiones de una forma mucho más racional.