Dulce y eterno encanto el de los aforismos latinos, tan elegantes y cargados de sabiduría. Con este los mercuriales del siglo XVI dedicados al noble arte de la abogacía aconsejaban a sus pupilos que se esforzaran en informar de manera sincera, breve y elegantemente.
Ya sabemos que los razonamientos no brotan por los pies, y que en la sagrada representación litúrgica del juicio el disfraz de la toga nos hace a todos iguales. Pero me pregunto qué impresión le causaría a mi abogado oponente de esta mañana si aquejado de una dolencia acudiera a la consulta de un médico y éste lo recibiera con unas bermudas, una camiseta y unas alpargatas. Yo, y cada uno es libre de opinar, lo único que esperaría para recuperar la confianza es que una de las paredes de esa consulta estuviera engalanada por todo lo alto y ancho de logros y reconocimientos curriculares.
Claro que en el contexto actual igual mi contrincante se ha tomado muy al pie de la letra las recomendaciones del presidente del Gobierno para el ahorro energético. Ya saben, lo de prescindir de la corbata.
No puedo evitar recordar aquellos días en los que la dignidad y la apariencia iban de la mano, cuando el atuendo era una extensión del respeto hacia la profesión y hacia uno mismo. Ahora, parece que nos hemos vuelto tan prácticos que la elegancia ha quedado relegada a un segundo plano, arrinconada junto con la corbata en el fondo del armario.
Así que aquí estamos, entre togas y bermudas, tratando de encontrar un equilibrio entre la comodidad y el decoro, mientras nos preguntamos si los antiguos consejos aún tienen cabida en un mundo que parece haberse olvidado de ellos. Pero bueno, cada uno con su moda y su toga, y que la justicia nos pille confesados, o al menos bien vestidos.
En plena canícula, hoy prescindiré del café con leche. Siguiendo la recomendación del día, un batido de manzana Granny Smith con piña y menta.
¡Buen provecho!