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Desayuno con un abogado

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Judicium sine advocato: veritas et error

¿No quiere un abogado?

En el juicio, el acusado sin abogado,
el juez sorprendido inquiere con cuidado,
«¿Dónde está su letrado, va solo, alocado?»

El acusado, seguro, mira decidido,
«Si, Señoría,» responde con tono medido,
incauto él, pronto estará jodido.

El juez prosigue, con paciencia y cordura:
«¿Sabe que el Estado le otorga ayuda
con un abogado si carece de fortuna?»

El acusado con decisión y sin censura:
«Lo sé, más mi defensa estará a la altura,
decir la verdad es mi única armadura.»

El juicio avanza sin abogado en su defensa,
el acusado se siente lleno de confianza,
cree que la verdad es su mejor recompensa.

El veredicto cae, con dureza y sin indulgencia,
el acusado ahora lleno de impotencia
se arrepiente de no haber buscado asistencia.

En prisión reflexiona sobre su negligencia,
se pregunta si un abogado con más prudencia
habría cambiado el destino de su existencia.

Su esposa lo mira con ojos llenos de dolor,
y el escucha lo que ignora su razón:
¡fue un error! ¡Un engaño que te pesará con fervor!

«Tal vez querida, con un abogado elocuente,
mi sentencia habría tenido otra suerte,
más ¡quién sabe, igual una condena a muerte!»

La ironía se cierne sobre esta experiencia,
sin abogado, su destino fue una penitencia,
con abogado, quizás el fin de su existencia, ¡qué incoherencia!

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