Hay ciertas cosas en la práctica judicial que tienen mucho que ver con los fenómenos de la física cuántica ya glosados en la consabida ley del poeta Ramón de Campoamor:
«Y es que en el mundo traidor nada hay de verdad ni de mentira, todo es según el color del cristal con que se mira»
Una de las cosas que más desorienta al ciudadano son las antinomias judiciales, esto es, las contradicciones en que a menudo incurren los tribunales, que si a veces son inevitables otras devienen demasiado reiteradas y ostentosas para salvarse de la crítica.
Estas antinomias se pueden producir a nivel horizontal (cuando dos juzgados de primera instancia, por ejemplo, resuelven de manera distinta) o a nivel vertical, cuando un tribunal superior revoca una sentencia. Si estas tienen lugar en el primer plano, lo ideal sería que periódicamente se discutieran en asamblea de jueces para unificar criterios. Si por el contrario las antinomias se dan en un plano vertical la solución no parece que sea, al menos en principio, el imponer coactivamente a los jueces el criterio del tribunal superior, pues ello atentaría al principio de independencia judicial; pero tampoco es cuestión de lavarse cada uno las manos. Sobre todo cuando la antinomia se convierte en patológica, esto es, cuando los jueces inferiores repetida y sistemáticamente siguen dictando una resolución que de sobras saben que más tarde será revocada si al ciudadano le quedan arrestos bastantes para seguir pleiteando. ¿Consecuencia? Desorientación en los abogados, perplejidad de los ciudadanos, pérdida de tiempo, consumo inútil de dinero y la inevitable, progresiva y larvada erosión de la imagen de la justicia y del derecho.
Esta mañana me ha llamado un cliente sorprendido por la dispar suerte que ha seguido su juicio con relación al de un amigo afectado por un caso análogo. En situaciones como éstas me doy cuenta de que nuestro modelo de pensamiento cartesiano es demasiado limitado para comprender, como nos ocurre con la teoría cuántica, que la realidad depende de la manera con que es percibida por cada observador. Claro que para el cliente, poco acostumbrado a lo que ocurre en el mundo subatómico, lo más racional es atribuir su desdicha a un error del abogado.
¡Buen provecho!