Imaginad el escenario de una sala de juicios en el momento en que un magistrado clava con rostro severo su mirada en el acusado desafiándolo con esta pregunta: «¿Sabe usted lo que le puede ocurrir si miente?«. A lo cual éste responde con osadía: » Oh, claro, señor juez, soy plenamente consciente. Pero permítame decirle que en este caso las probabilidades de que me dé la razón serán más alta«.
La ley, en su sabiduría, no impide al acusado como tampoco a las partes en un pleito civil recurrir a sus propias tramas de ficción, y todo sabemos que esa pregunta es inapropiada como lo sería pedirle a un mago que revelara sus trucos. Puestos a ironizar imaginemos a ese honorable juez susurrando en la conciencia del acusado, como lo haría un sabio mentor, estas bellas palabras de Mahatma Gandhi: «Más vale ser vencido diciendo la verdad que triunfar con una mentira«. Una incredulidad, porque también sabemos que prodigarse en cuestiones de moral en un contexto donde las estrategias y las tácticas priorizan el éxito sobre la honestidad, es más una idealización humanista que una práctica realista.
Pero, a lo que voy, la estrategia de la mentira, considerada por algunos como una herramienta eficaz, puede resultar tan fascinante como una obra maestra o tan catastrófica como una tragedia. Todo dependerá de la habilidad del individuo para hilar su engaño con maestría que es algo así como andar con pasos firmes evitando las zancadas. Si la mentira se ejecuta con astucia conseguirá moldear la percepción de los hechos y acercarse a una resolución favorable. Sin embargo, si no sabe mentir, la mentira puede volverse tan peligrosa que, parafraseando a Alexander Pope, le obligue a inventar veinte más para sostener la certeza de la primera.
Para quienes deciden acudir a la justicia con mentiras, la mejor recomendación es que de vez en cuando añadan un toque de verdad a su relato. Pues incluso en el escenario del engaño una pizca de sinceridad puede convertirse en un aliado o, cuando menos un bálsamo para aquellas conciencias que, necesitadas de redención, se consuelan creyendo que mentir un poco no es mentir del todo.
Todo esto que cuento lo es a propósito de un juicio muy reciente que, comprobado lo ocurrido, me impulsa a compartir una reflexión más extensa. La seductora tentación de emplear artimañas y recurrir a la falsedad, prácticas respaldadas por muchos abogados, puede surgir como una alternativa atractiva, especialmente cuando se enfrentan a desafíos aparentemente insuperables. No obstante éstos deberían saber que los cimientos de la mentira son inherentemente frágiles y propensos a desmoronarse. Cuando ocurre esto último no solo se pierde el caso en cuestión, sino que también se socava la credibilidad en el foro del propio abogado.