Al momento de recibir una sentencia adversa es más provechoso que el abogado temple su ánimo y posponga para más tarde una segunda lectura. Por lo pronto mejor no liarse la manta a la cabeza ni hacer discurrir en su interior raudales de hiel y de amargura haciendo ver al cliente que su infortunio es algo pasajero. Para atemperar el pulso de la estilográfica al momento de redactar el recurso, la ley ya nos dispensa de un plazo terapéutico ampliamente holgado. Llegado este momento, con la razón abierta a oír lo que no quiere escuchar el corazón, el abogado se encontrará ya en mejor disposición para analizar cuanto de solidas o frágiles son las costuras de esa sentencia.
A veces soplando sobre los resplandores puede acabar descubriéndose un halo de luz. Y si después de tanto esfuerzo uno acaba encontrando en qué exacto momento el juez distrajo su atención para desviarse del sendero de la lógica, entonces habrá hallado, cual el buen vino que resucita al peregrino, el bordón para proseguir su andadura en instancias superiores.
Estas breves líneas las he escrito para atemperar el ánimo despertado por una sentencia aciaga para los intereses del cliente y, ya de paso, para recuperar el apetito.