Hubo un tiempo en que el falsario necesitaba tinta y papel, sellos y firmas, para usurpar otra identidad. El engaño exigía disfraz, y el impostor, con gesto y voz, debía sostener su farsa sobre el escenario del mundo. Mas hoy, sin máscara ni artificio, el embaucador se apropia del ser ajeno con un simple susurro digital. Con un solo clic, atraviesa distancias imposibles y se viste con tu identidad sin que percibas su roce. En las redes, en los correos furtivos, en el laberinto de la banca digital, su mano se extiende, invisible, y arrebata lo que no le pertenece…
¡Desconfiad de los correos que fingen ser amigos! ¡No entreguéis vuestra clave cual si fuera promesa de amor efímero! ¡Guardad vuestro nombre con más celo que un rey su corona, pues en este mundo virtual, perderlo es perderlo todo!
El derecho, siempre en lucha con lo inasible, busca atar con leyes y normas lo que se desliza entre los códigos del mundo virtual. La prueba, la jurisdicción, la protección del dato: fronteras difusas en un terreno sin límites. Y, sin embargo, más que en la sanción, el verdadero resguardo yace en la prevención: la prudencia en el compartir, la vigilancia en el acceso, la duda ante lo que parece cierto pero que puede no ser más que un engaño.
¿Te han intentado suplantar en internet? ¿Has visto casos curiosos? ¡Cuéntamelo en los comentarios!