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Desayuno con un abogado

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Lo que hay que oír, a veces

Existen ciertas frases que un abogado debe aprender a digerir en silencio. Calamandrei lo menciona con su inmejorable maestría de la siguiente forma:

Frases que un abogado debe saber devorar en silencio, sin salirse de sus casillas, más aún, con la cara embellecida por celestial sonrisa, si quien las pronuncia es (como casi siempre curre) una muy gentil señora cliente:

– He recurrido a usted porque he pensado que es más conveniente hacerse desollar por un verdugo práctico.

O bien:

– Antes que dar mi dinero a ese asesino (se trata por lo general, del marido), prefiero que se lo coman los abogados.

Uno de los aspectos más fascinantes del trabajo de un abogado es la interacción con los clientes. Fruto de la falta de comprensión, la ansiedad o el temor de éstos son sus afirmaciones vagas y sus conclusiones infundadas. Las hay movidas por la confianza ciega en la información recibida de fuentes dudosas (“me ha dicho un abogado”, “he visto en internet”), otras por las sospechas (“¿por qué no dijo esto en el juicio?”, “¿por qué estaba hablando con el abogado contrario?”, “mi vecino sacó más dinero”, “el abogado contrario conoce al juez”) y también, desde luego, cuando llega el momento de pagar ( “a un amigo su abogado le cobró menos”, ”¿me va a cobrar esto por un asunto que estaba ganado?”).

Cosas así son comunes y ofrecen una visión única del complejo panorama emocional y mental en el que se desenvuelve nuestro oficio. Son como piedras en el camino que requieren ser sorteadas con calma y habilidad antes de sucumbir al deseo de “tirar al cliente (o, con toda galanura, a la gentil señora mencionada) escaleras abajo», como prosigue diciendo el insigne jurista italiano (Elogio a los jueces)

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