Una de las anécdotas que más me ha hecho reflexionar sobre la abogacía la escuché hace tiempo, y aunque pueda parecer ligera, tiene un trasfondo muy interesante. Cuenta la historia de un abogado que, tras ganar un caso, le comunica a su cliente que ha sido absuelto. Intrigado, le pregunta:
“Ahora que todo ha terminado, entre nosotros y con sinceridad, ¿fuiste tú quien robó el banco?”.
El cliente, tras un breve silencio, le responde:
“Estaba convencido de que sí, pero después de escuchar su brillante intervención en el juicio, ya no estoy tan seguro”.
Esta historia, además de ser ingeniosa, revela el poder de la oratoria, la estrategia y la narrativa en el ejercicio de nuestra profesión. También pone de manifiesto cómo el derecho, cuando se maneja con habilidad, puede cambiar incluso la percepción de los propios implicados en un caso. Es una lección divertida, pero también profunda, sobre la responsabilidad que tenemos los abogados al moldear y presentar la verdad en los tribunales.
En este sentido, las reflexiones de Piero Calamandrei en su obra sobre el papel de los abogados añaden una dimensión más crítica y desafiante. En su obra Elogio de los Jueces, menciona que un juez le confesó que no era tanto el abogado mediocre quien ponía en entredicho la justicia, sino los grandes abogados, aquellos que con su sutil doctrina jurídica y su maestría retórica eran capaces de “transfigurar la verdad”.
El abogado, en su habilidad para persuadir y reinterpretar los hechos, siembra en ocasiones la sospecha y desconfianza hacia la justicia en la opinión pública. Como bien señalaba el jurista italiano, “la habilidad de los abogados, capaces de hacer aparecer negro lo blanco y viceversa, es una amenaza constante a la justicia”. Este poder para moldear la percepción de la verdad, aunque es una virtud en términos de estrategia profesional, también nos confronta con una cuestión ética fundamental: ¿hasta qué punto estamos, como abogados, obligados a preservar la confianza en el sistema judicial y la búsqueda de una verdad más objetiva?
En definitiva, la anécdota y la reflexiones de Calamandrei convergen en un punto central: la abogacía es tanto un arte como una responsabilidad. Nuestra labor no se limita a defender los intereses del cliente, sino que también debe enmarcarse en un compromiso con la justicia y la verdad, conscientes del impacto que nuestras palabras y estrategias pueden tener más allá de la sala de un tribunal.
-Son esos grandes abogados -me decía acalorándose-los que, con su habilidad logran transfigurar la verdad y engañar al profano que los escucha. Pudo el cliente, antes de oir a su abogado el informe de defensa, admitir secretamente que no tenía razón; pero, una vez que ha escuchado a su defensor exponer en tono convincente y con tal maestría los argumentos que tergiversan la verdad, se deja convencer gustosamente, incapaz como es de resistir a esos artificios retóricos, de que tiene razón. Y cuando nosotros, los jueces, no nos dejamos impresionar por tales artimañas y no le damos la razón, cree él honestamente ser víctima de una injusticia, y se imagina que la sentencia ha sido el fruto de quién sabe qué tenebrosos enredos. Piero Calamandrei, Elogio de los Jueces.