Un abogado denuncia que se ha roto el peroné y el juzgado no le suspende el juicio
De vez en cuando, y últimamente con más frecuencia, me entero de historias que dejan a cualquiera, con algo de sensibilidad humana, boquiabierto. Hoy es el caso de un abogado que convaleciente de una fractura de peroné y con un pronóstico médico claro y contundente de un mes de reposo absoluto, solicitó la suspensión de un juicio. ¿La respuesta del juzgado? Para su sorpresa fue un incompasivo no.
¿El motivo? Pues que una fractura de peroné no es excusa suficiente cuando aparece otro abogado en la escritura de poderes.
Permítanme la ironía. Es reconfortante saber que en nuestra geografía judicial hay, rara avis, un juzgado que funciona con la precisión de un reloj suizo y cuya agenda judicial se compara a una sinfonía perfectamente coreografiada. Demasiado valiosa como para verse alterada por las contingencias de la vida real. Y antes de que estas contaminen y acaben perturbando la eficiencia burocrática de este santuario desviando el plan establecido lo más recomendable, como con los peores virus, es erradicarlas de un plumazo. ¿Qué importa si ese otro abogado estaba disponible o no? ¿O si por la especialidad del caso éste tenía la capacidad o preparación profesional para asumir el juicio? ¿O incluso si la voluntad del cliente era que fuera ese abogado convaleciente quien dirigiera su caso? Todo esto son consideraciones secundarias subordinadas al imperativo, o mejor dicho, al capricho, de mantener impoluta una agenda que pierde de vista su propósito original, que es servir a la justicia, y, lo más grave, olvida que quienes aparecen involucrados en ella son seres humanos con problemas y necesidades reales.
En fin, todo un ejemplo de esa eficiencia fría y calculada autoimpuesta por un mero narcicismo burocrático que, como tantas veces nos ocurre a los abogados cuando tenemos que conciliar nuestras vidas personales, relega las necesidades humanas a meras notas a pie de página en un libro sin alma.
Anécdotas como esta me hacen pensar en las palabras del renombrado jurista Piero Calamandrei, quien sugirió que los abogados y jueces, añado aquí a los letrados de la Administración, deberían intercambiar roles periódicamente para comprender y empatizar mejor con las dificultades y desafíos que enfrenta cada uno en su función.
“Sería necesario que el abogado ejerciera de juez dos meses al año y que el juez hiciera de abogado un par de meses también cada año. Aprenderían así a comprender y a compadecerse: y se estimarían más mutuamente”
Afortunadamente, gracias a la intervención del Colegio de Abogados, se restableció un mínimo de sensatez y humanidad, y el juicio fue finalmente suspendido.